¿Santa Cruz de la Sierra como Ucrania?

Junio 2005

Por Luis Candurra


Carlos Mesa Guisbert es presidente, historiador y periodista a la vez. Un buen historiador, que sabe que Bolivia es una república creada por Bolívar en 1825 sobre un territorio que abarca una asombrosa diversidad de pueblos y culturas, desde los aimaras, carangas y lupacas del Altiplano hasta los cambas, chiquitanos, guaraníes y blancos del oriente, incluyendo japoneses, mennonitas y sijs. Pero Bolivia no es una Nación, (entendida como aquel conjunto de sentimientos e intereses colectivos que identifican y cohesionan a un país; a su Estado con los particulares, a su gobierno con la oposición, a la capital con las regiones). Y esto Mesa Guisbert lo sabe muy bien. Su identidad nacional sólo existe a partir del reclamo por la salida al mar, un tema permanente y el único que une efectivamente a sus ciudadanos. Porque Bolivia es una república gobernada por un Estado que, tras 179 años de vida independiente, ha fracasado.

Y Carlos Mesa sabe que es la última carta de viabilidad para la república de Bolivia. Viabilidad no sólo económica, sino política, social, racial y cultural. Sabe que en la globalidad, los países inviables no se invaden ni se atacan. Son intervenidos (como Haití) o son asimilados económicamente por sus vecinos más prósperos, (en este caso, por Chile y Brasil). O se desintegran, al estilo de la ex Yugoslavia, en diversas repúblicas nacionales, y en medio de una feroz limpieza étnica. ¿La nación colla versus la nación camba?

Pero Carlos Mesa también presiente un holocausto en los Andes Centrales, que afectará también al Perú y Ecuador. Ha contado con este "cuco" para dictar su política vecinal, porque vive en La Paz, aterrado y bloqueado por esa creación aimara que es la enorme ciudad-ayllu de El Alto. Está echando toda la carne al asador, acicateado por la presión popular a-narco-cocalera de Evo Morales, los aimaras de Felipe Quispe, la Central Obrera Boliviana de Solares, los alteños y su caudillo Mamani, y los innumerables conflictos que asolan a este país. Y Mesa sabe que la mediterraneidad de Bolivia por causa de la guerra con Chile, hace 125 años, sólo ha sido un chivo expiatorio para justificar ante su pueblo el fracaso de sus gobernantes para administrar este país de grandes riquezas, cuna de culturas notables y del nacimiento del Tawantinsuyo. Porque a fin de cuentas una bandera boliviana en algún punto del Pacífico no resolverá los problemas de Bolivia, no la acercará a sus mercados externos, no "aplanará" los Andes ni le permitirá un mejor nivel de vida del que poseen las tierras de Puno, Cusco, Apurímac, Ayacucho y Huancavelica en el sur del Perú... tan atrasadas como el Altiplano, pero soberanas en su acceso al mar.

Pero Mesa también es un presidente-periodista. Como buen comunicador social sabe que, quien dice todo lo que sabe, a veces dice lo que no debe.


Tierras altas y bajas: espacios geosociales en conflicto.

Tierras altas y tierras bajas son temas complejos en los Andes Centrales. Las divisiones culturales entre la sierra y la costa en el Perú y el Ecuador (los serranos versus criollos) son tan profundas como las que existen entre el altiplano y el oriente boliviano (los collas y cambas). Son dos mundos distintos y antagónicos en lo geográfico y cultural, con una complejidad única y con relaciones aún desconocidas para nuestra comprensión y tecnología. Y con un resurgido componente étnico, en creciente efervescencia.

De un lado, las sociedades y economías de las tierras bajas, mas o menos integradas al desarrollo global de corte occidental. De otro lado, las sociedades de las tierras altas; localistas, tradicionales, recelosas y resistentes al conocimiento y al cambio. Pero las primeras son sólo enclaves o islas de modernidad (los barrios selectos de las principales ciudades y centros turísticos), extendidas e inmersas en un mar de atraso, resentimiento y miseria, como es el resto del territorio.

Además, ante los desafíos que impone la globalidad, las zonas económicas poderosas y los territorios dependientes de las exportaciones, -con ventajas de recursos, conocimientos, de ubicación y de accesibilidad-, entran en colisión con los territorios no integrados al esquema de consumo y producción de excedentes, y donde se evidencian síntomas de exclusión e inviabilidad. Y como lo demuestra la geopolítica del presente en los Andes centrales, esta colisión de intereses antagónicos pronto se extiende a la dimensión territorial y atravesará transversalmente a estos países pluriculturales, no consolidados como naciones.


Las naciones étnicas al poder en el Altiplano.

Los pueblos originarios de estas tierras sólo sienten a la institucionalidad republicana que los gobierna como una imposición cultural externa y ajena a sus costumbres e intereses. Por lo cual cada vez más personas reivindican un estatus de nación prevaleciente o nterior a las repúblicas, e incluso a la conquista española misma. La opción de la conciencia nacional en los habitantes de los Andes centrales se remite paradójicamente... al imperio del Tawantinsuyo en Perú o al Collasuyo en Bolivia. La opción étnica.

El neo-indigenismo en América Latina es una respuesta contestataria, excluyente, racista, anti- occidental y anti- globalizante. Pero este será el gran movimiento ideológico, la gran idea-fuerza de los excluidos de Latinoamérica para resistir la globalización en el siglo XXI. Desde Chiapas en México en 1994 hasta Andahuaylas en Perú en el 2005, el neo-indigenismo ha avanzado en Bolivia, en los estados amazónicos del Brasil, en Guatemala, en Paraguay, en Ecuador y está avanzando en la sierra y la selva de Perú.

Las etnias originarias en los Andes centrales están en un proceso de revertir la estructura política y económica de sus repúblicas, arremetiendo inicialmente contra empresas multinacionales mineras, de hidrocarburos y de servicios como el agua. ¿Porqué? El incremento de regalías no es el objetivo final, sino la expulsión de las empresas, pues buscan eliminar la base de sustento de los Estados republicanos, intrínsecamente demagógicos y corruptos. (Las multinacionales del gas pagan cientos de millones de dólares al año en regalías en Bolivia y no se sabe qué ocurre con ese dinero). Para ello cuentan con una identidad cultural fuerte y renovada, reconocida y apoyada internacionalmente por ONGs y fundaciones de Europa y Norteamérica, y con medios masivos de comunicación, impensados en otros tiempos.

Asimismo, han reconfigurado su dimensión territorial, pues ocupan casi todo el espacio rural y rodean las principales ciudades y centros del poder político con inmensos asentamientos humanos. En "invasiones", dicen los criollos y el Estado formal. Pero para sus ocupantes, son la "recuperación" del territorio ancestral; el espacio de su nación prevaleciente o anterior a las repúblicas. ¿Sabemos que las tierras comunitarias e indígenas abarcan el 90% del espacio territorial andino y dominan recursos vitales como el agua, cuyos títulos son además imprescriptibles?

Además, dominan el comercio y el transporte al interior de los Andes y mueven miles de millones de dólares al margen de los controles estatales. El "contrabando" diría el Estado formal, pero la realidad es que han constituido otra "ALCA", pero distinta a la propuesta por Washington. Una especie de " Área de Libre Comercio Andina" como opción de supervivencia para 10 millones de habitantes de las tierras altas de los Andes centrales, controlada por los aimaras, y surtida desde las zonas francas de Iquique y Paraguay. Hoy los aimaras constituyen una enorme fuerza comercial que domina el comercio y el transporte por las tierras altas y los inmensos mercados populares urbanos desde Lima a Santa Cruz de la Sierra. En paralelo, circula la droga a partir de la coca qintucha, planta ancestral de los Andes. El narcotráfico de cocaína.

¿Los grupos blancos tradicionales, criollos o recientes inversionistas foráneos tienen conciencia de esta situación? Pocos ven como las etnias originarias ocupan ciudades, calles y plazas, - agrediendo con su suciedad, informalidad y estridencia -, para recuperar espacios. Para que los "blanquiñosos" y "colorados" se vayan. Una sutil limpieza étnica, que ocurre tanto en Quito, en Lima, en La Paz, en Arequipa y Cochabamba, en Santa Cruz y hasta en Salta y Tucumán en Argentina. Una indianización, el proceso de urbanización de los indígenas que asaltan y estrangulan las ciudades, antes territorios del señorío. Y ocupan los terrenos aledaños a las carreteras y rodean los aeropuertos para bloquear y estrangular el transporte, el turismo y la economía orientada al mercado. En El Alto y Juliaca, en Cusco, en Arequipa, etc. ¿Casualidad o planificación? Ante este escenario, los grupos blancos y criollos han perdido el poder político y la voluntad de liderazgo, son minoría incluso en las principales ciudades y se enrumban en masa al aeropuerto... a vivir al extranjero.

La administración territorial republicana ya se está haciendo insostenible en el altiplano boliviano-peruano, (como lo confirman los reemplazos de autoridades e instituciones) y la marea étnica de El Alto pronto desbordará a La Paz. Los movimientos indígenas ya provocaron la caída del gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada en el 2003, y en la actualidad los principales aspirantes a gobernar el altiplano son Evo Morales, líder cocalero del Chapare, y el mallku aimara Felipe Quispe. Líderes que diseminan cargas extremas de resentimiento e intransigencia, y que no tendrían cabida en otro lugar o contexto de racionalidad en pleno siglo XXI. ¿Qué explica esto? Es que la razón, el juicio crítico, el debate y la proactividad al conocimiento y al cambio no son precisamente los atributos de los cuales se han nutrido los pueblos originarios de los Andes centrales en su estructura social. Han sido educados por el Estado para obedecer, no para pensar.

De allí que, ante este escenario de exclusión y nulas perspectivas de desarrollo en la globalidad, podamos comprender el porqué muchos consideren viable en las tierras altas de Bolivia y el Perú la opción de convertirse en narco-repúblicas exportadoras de cocaína: el negocio que mueve más dinero en el mundo, después de las armas. Así las cosas, la delimitación territorial está por cambiar, pues en forma coincidente pero obedeciendo a lógicas contrapuestas, mientras Santa Cruz y Tarija enarbolan el separatismo para insertarse en la globalidad, el Altiplano de Bolivia se puede transformar en el primer estado indígena de América Latina. En una comunidad de ayllus autogestionarios y autárquicos que abarcará también territorios de Perú, pues allí Evo
Morales busca dominar el espacio político étnico-nacionalista (tras el fallido evantamiento de Humala en Andahuaylas) en regiones nostálgicas de su grandeza imperial incaica de antaño.

Y el indigenismo avanzará aún más, porque los Estados republicanos extendidos sobre estos territorios andinos no cuentan con las herramientas para enfrentar estos desafíos. Se han creado ministerios y organismos del más alto nivel sobre asuntos indígenas, mientras otros piden una solución militar... ignorando que sus fuerzas armadas están conformadas por tropa de extracción étnica originaria y de nula eficacia para encarar este conflicto cultural. ¿Intervención multinacional? Muy riesgosa e incierta, porque aquí Bolívar ha sido superado por Pachacútec...

Se vienen tiempos difíciles en los Andes centrales, porque asistimos a la ebullición de naciones ancestrales en demanda de su territorialidad y se han abierto las nuevas fronteras interiores ... Una colisión entre los intereses locales y ancestrales frente a la globalidad y los intereses económicos de la modernidad, en la cual Bolivia es sólo el primer acto.

 

El dilema geopolítico del gas de Tarija

Los grandes negocios globales y las herramientas del desarrollo legal están en las tierras bajas colindantes con el Altiplano. El oriente boliviano de Santa Cruz, Tarija, el Beni y Pando, con el 30% de la población, producen la mayor parte de las divisas y los impuestos en Bolivia y poseen las reservas de hidrocarburos más importantes del continente, junto con Venezuela. Así como condiciones naturales para la industria forestal, la agricultura y ganadería a gran escala. Y la génesis histórica y cultural de estos territorios es muy distinta a los del Altiplano, porque aquí nunca hubo conquistadores ni conquistados, sino desde 1952, una verdadera Babilonia racial de colonizadores.

No debemos olvidar que la "guerra del gas" en el 2003 fue catapultada por lo acontecido en los departamentos orientales de Bolivia: ¡Todo el gas por Chile! gritaron y pintaron en las calles de Tarija, ante el estupor del Altiplano. ¿Porqué? Cruceños y chapacos ahora miran a Chile y a los mercados globales, como contrapeso al andino-centrismo de La Paz. Los intereses de los consorcios empresariales globales aquí convergen con las demandas regionales de autonomía y secesión... Un dilema geopolítico del siglo XXI que les recordó a todos lo acontecido hace 125 años con Antofagasta y el salitre.

¿Cuál es la visión de la otra Bolivia? Tarija y Santa Cruz se sienten muy mal gobernadas por La Paz, pero ricas y codiciadas. Tarija está al medio entre Santa Cruz y Salta en Argentina y también busca su salida al Pacífico. Pero bajo otros criterios que los de La Paz, y la influencia cruceña es clave para decidir su destino. Por ningún motivo desean que "su gas" pase por el Altiplano y allí sea controlado y decidido su destino y mercado -lo que acontecerá si sale por Ilo en Perú, 1.200 kilómetros al norte-. La vía más corta de salida al Pacífico es a los puertos de Iquique (Patillos) y Mejillones y para generar electricidad al mercado del norte chileno, hoy el mayor cluster minero del mundo. Entonces, este trazado por Chile implicaba fortalecer las aspiraciones de autonomía de los departamentos orientales de Bolivia.

¿Qué hizo el andino-centrismo boliviano en este escenario? Requerir apoyo al Perú, alguna vez el segundo poderío militar de América Latina, y provocar la caída de "Goni" Sánchez de Losada. Una vez en la presidencia, Carlos Mesa y Alejandro Toledo han optado por sacar el gas de Tarija por el puerto de Ilo, generando expectativas de desarrollo en la alicaída región sur del Perú y a la vez han alimentado el sentimiento común de la población de los dos países unidos por el recuerdo de 1879. Una "alianza" que alarmó a Chile, pues Perú reavivó -coincidentemente- una disputa por la delimitación marítima que Chile considera zanjada hace 50 años, y sus militares presionaron para un rearme inmediato. El escenario interno peruano se ha caldeado frente a Chile, pues allí se contraponen los intereses económicos con los de política interna, mientras gran parte de la economía y la logística exportadora está vinculada a empresas chilenas. Una disputa que ocurre además en momentos particularmente inoportunos para Perú, cuando negocia un TLC con los Estados Unidos y debe revertir el deterioro de su imagen-país ante el mundo.

La nueva política de incremento de impuestos a los hidrocarburos va en la práctica a impedir el desarrollo de cualquier proyecto gasífero en Bolivia. Ningún consorcio privado está interesado en sacar el gas por el Perú y, en su defecto, los gobiernos de La Paz y Lima tampoco tienen los recursos para concretar la salida por Ilo. No sólo por las leyes, los mayores costos y distancias, sino por el "riesgo social" de cruzar la región altiplánica más candente del continente.

Además, con el convenio ya firmado entre Estados para sacar el gas por Ilo, Bolivia ha colocado un "cerrojo" a la opción de desarrollo para Santa Cruz y Tarija, ya dependientes de la exportación de hidrocarburos a Argentina y Brasil. Pareciera entonces que la única forma de abrir este "cerrojo" y desarrollar el gas de Tarija para los mercados globales será el surgimiento de un nuevo Estado autónomo en Sudamérica.

Pero ahora, ni los líderes políticos de Lima ni de La Paz se atreven a decir la verdad a sus países sobre la racionalidad que debió imperar en estos temas, y a asumir sus responsabilidades ante la historia y ante el deterioro de las relaciones vecinales . Sólo han declarado que el gas peruano de Camisea ha desplazado a Tarija para abastecer a los mercados del Pacífico.


La importancia de Santa Cruz de la Sierra para Sudamérica.

El centro geo- económico de Bolivia se ha trasladado en la década de 1990 a Santa Cruz de la Sierra ante el desmantelamiento de la base empresarial del Altiplano. Consecuentemente, el poder político andino-céntrico en La Paz se debilita. Los cruceños además no se identifican con la demanda boliviana de salida soberana al mar y en contraste , se sienten "enclaustrados" por el Altiplano. Además, existen fuertes vínculos económicos y sociales con el norte de Chile, pues allí radica una de las colonias chilenas más numerosas en Sudamérica. Su vinculación exportadora es a través del Brasil y con la hidrovía Paraguay-Paraná para su salida al Atlántico. Ambas alternativas bastante precarias y costosas, pero que representan actualmente costos mucho menores que el cruce de los Andes hasta los puertos del Pacífico para sus exportaciones.

El nuevo rol geo-económico de la cuenca del Pacífico -y de China en particular- va a impulsar la apertura de este "cerrojo", para lo cual Chile tiene la llave: la logística, los puertos y las navieras, y Brasil posee sus enormes espacios geográficos y recursos naturales. Sudamérica está siendo "asimilada" por los intereses empresariales de los "rotos" del Mapocho y de los "gaúchos" del sur de Brasil. La base empresarial de Chile es la segunda en América Latina -con 113 de las 500 mayores empresas de la región y a no mucha distancia de las 179 de Brasil-, y supera a la de países con economías de mayor tamaño como México y Argentina.

La clave para abrir el corazón de Sudamérica en condiciones competitivas al Pacífico pasa por constituir un corredor de transportes, en el cual el eje central será la construcción de los ferrocarriles de Aiquile y de Río Mulatos / Sucre a Santa Cruz. Bolivia posee dos redes ferroviarias, por las cuales tr ansporta gran parte de su comercio exterior: La red de ferrocarriles andinos, que sale al Pacífico por Arica y Antofagasta; y la red ferroviaria del oriente, que comunica a Santa Cruz con Brasil y Argentina. Pero ambas redes están hoy desconectadas, y se requiere no menos de 1.000 millones de dólares para completarlas.

¿Qué puede justificar tal interconexión? La soya, los cereales, el aceite, el azúcar y la madera del oriente boliviano y del Mato Grosso brasileño. Ambas regiones suman 2 millones de kilómetros cuadrados (algo menos que Argentina), hoy escasamente pobladas por 7 millones de habitantes. Esto justifica conformar el corredor de transportes que deberá captar y transportar de 5 a 20 millones de toneladas de soya al año hacia el Pacífico, (el equivalente a un millón de viajes de camión). Con lo cual no sólo se sobrepasaría la capacidad de transporte de los ferrocarriles altiplánicos, las carreteras y de los puertos de embarque en Arica, Iquique, Antofagasta y los de Ilo y Matarani en sur del Perú, sino que se justificaría plenamente desarrollar megapuertos como Mejillones.

Pero para concretar esto se requiere de apoyo político y un modelo de desarrollo exportador que esté internalizado por la población, lo cual hoy no ocurre en el Altiplano. De allí la vital importancia geopolítica que está adquiriendo Santa Cruz, porque la ciudad fundada por Ñuflo de Chávez en 1561 como baluarte a la expansión portuguesa es hoy el punto neurálgico de América del Sur. Son los cruceños quienes poseen la ubicación óptima para concentrar en su territorio los flujos de productos del Mato Grosso, a través de la carretera Cuiabá – San Matías y a través del ferrocarril y de la nueva carretera a Corumbá, por la cual también se llega al centro económico del Brasil: Sao Paulo.

Las cosas claras, porque un ferrocarril eficiente –como es bien conocido por consultores especializados- bajará el costo del transporte a la tercera parte respecto a la carretera, y comparativamente, Santa Cruz se acercará 600 kilómetros al Pacífico y a Arica y Antofagasta. Algo mucho más conveniente que un puerto con bandera... pues sólo así Chile y Bolivia podrán superar el conflicto por la mediterraneidad que tiene 125 años, y que afecta hoy las relaciones de al menos 5 países sudamericanos. Algo aberrante y ahistórico en el siglo XXI y único en el mundo.

La rebelión cruceña por su autonomía –y su consiguiente secesión e independencia- va entonces de la mano con los intereses económicos de sus vecinos más prósperos, Chile y Brasil, y está encabezada por sus empresarios, con un masivo apoyo popular y bajo criterios de racionalidad y lógica geo-económica y geo-estratégica para insertarse en la globalidad. Al mismo estilo de lo acontecido en Ucrania.

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