Setiembre 2005
Varsovia
Reducida casi a pavesa la socialdemocracia polaca, las distintas
sensibilidades de la derecha compiten para dirigir el cambio que sé inaugurará
tras las generales del próximo domingo. El tramo final de campaña de la
Plataforma Cívica (PO, liberal) y Ley y Justicia (PiS, conservador) se ha
convertido en una carrera a empellones que ha puesto de manifiesto las grandes
diferencias que separan a los futuros socios. Las dos formaciones proceden de la
constelación del sindicato Solidaridad y sus dirigentes acumulan ya 16 años de
experiencia en fusiones, peleas, esperanzas y desencantos. A veces, juntos en la
misma sigla; otras, compitiendo agriamente por el mismo espacio.
Tanto PO como PIS se crearon en 2001 huyendo del naufragio de la entonces
gubernamental Acción Electoral de la Solidaridad, y ambos lograron mantenerse a
flote.
El PO, neoliberal y proeuropeo, aunque reticente a la Constitución, tiene como
referentes a Donald Tusk, que opta a la presidencia en las elecciones del 9 de
octubre, y a Jan Rokita, que aspira al puesto de primer ministro tras las
generales del domingo.
El PIS es más nacionalista e intervencionista en economía y ha tejido su bandera en la lucha contra la corrupción. Sus líderes son los hermanos gemelos Kaczynski -Lech opta a la presidencia, Jaroslaw quiere ser primer ministro, a quien sólo los más avezados logran distinguir.
Uno de sus jóvenes colaboradores explica su truco en la sede de campaña, en
medio del trasiego: "Lech tiene un pequeño lunar junto a la nariz y lleva anillo
porque está casado". "Está claro que si PO y PIS gobiernan juntos será un
Ejecutivo muy poco estable", asegura en su despacho de la Universidad de
Varsovia, Jadwiga Staniszis, experta en el complejo universo que hunde sus
raíces en la antigua Solidaridad. "Espero que uno tenga la presidencia y el otro
dirija el Gobierno solo; si se reparten el Gobierno, enseguida se pelearán".
Los dos partidos abrieron la campaña con un pacto de no agresión e incluso con
un plan para no pisarse en los comicios al Senado, que también se renueva el
domingo. Pero las encuestas han acentuado la rivalidad al recalcar el desplome
socialdemócrata y situar a ambos claramente en cabeza, muy igualados. De
repente, los aliados han dejado de hablar de los pecados de la izquierda y han
empezado a tirarse los platos a la cabeza en una guerra abierta que durará hasta
el último momento: la campaña se cerrará mañana, previsiblemente con un debate
entre Tusk y Kaczynski.
Los puntos de discordia se han ido multiplicando, pero uno de los más sangrantes es la orientación económica del nuevo Gobierno. La propuesta estrella del PO es el flat tax, el tramo único de impuestos que ya se aplica en otros países del este de Europa y que entró en la reciente campaña alemana como arma de doble filo para Ángela Merkel. El PO quiere aplicar un impuesto del 15% a la renta, las empresas y el IVA. A todos por igual, con independencia de los ingresos de cada uno.
La resistencia al proyecto la lideran sus socios del PIS, que presentan el plan
como un intento de que "los pobres financien a los ricos". La antipatía mutua
entre la derecha liberal y la conservadora la evidencia el mismo Kaczynski con
una frase: "Estamos condenados a entendernos".
El PO parecía llamado a imponerse con claridad, pero las últimas encuestas han
recortado las diferencias y alguna incluso sitúa por delante al PIS. El
capitalismo social de este partido le ayuda a ganar votos de todos los sectores
que temen reformas económicas liberales: en la izquierda, los votantes del
socialdemócrata SLD en descomposición y los de Autodefensa, el inclasificable
grupo de Andrzéj Lepper, con fuerte presencia agraria.
En la derecha, una vez apartados los ex comunistas, los sectores ultra católicos
del entorno de Radio María han iniciado una cruzada antiliberal que quiere
impedir el triunfo de PO. Impulsada por el padre Rydzyk, el alma de la radio,
está en marcha una campaña soterrada contra el PO que puede llevar al voto útil
hacia el Pis en detrimento de la Liga de Familias Polacas (LPR), un partido
extremista que obliga a los candidatos a sellar lealtad a las siglas con
juramentos a la Virgen María y la Santísima Trinidad. Este partido logró el 15%
en las elecciones europeas del año pasado, pero sólo votó el 20% del electorado.
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