Ninguna caída es para siempre

por J. G. Tokatlian

 

José Gabriel Tokatlian es Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés. No es – valga la redundancia –un político peronista. Ni ninguna clase de político, tal como se entiende en nuestro país. Y el artículo que reproduzco apareció en Clarín, al alcance de cualquiera. Pero lo quiero poner aquí, al comienzo de la saga del hijo de Reco, porque entre él y un pensador musulmán del siglo XIV han colaborado para plantear muy bien lo que pienso es el requisito básico para un proyecto nacional argentino.
 

Abd-ar-Rahman Abu Zayd ibn Muhammad ibn Muhammad ibn Khaldun —más conocido como Ibn Khaldun— nacido en Túnez el 27 de mayo de 1332 hizo quizás el más original aporte a la caracterización de regularidades históricas en materia de continuidad y cambio en la organización sociopolítica de las sociedades.

Su reflexión más lúcida, contenida en el Muqaddimah (Introducción a la Historia), puede ser vista como un quiebre en la historiografía tradicional y como el primer esfuerzo por elaborar una historia científica del hombre. Su mirada está marcada por la realidad de su tiempo, el declive del Islam y de la comunidad musulmana.

Entre el siglo VII y el X el islamismo florece cultural y territorialmente. Del siglo X en adelante decae gradual y notablemente: cuando en el siglo XIII el sultanato turco asume el califato árabe —trasladando la capital del califato de Bagdad a Estambul— se torna evidente la intensidad del declive.

Es así como Ibn Khaldun examina la evolución del ser humano y sus formas organizativas colectivas en un contexto de decadencia. Sin embargo, su mirada no es pasiva ni derrotista: busca discernir, a partir de la identificación de ciertos ciclos históricos, un nuevo comienzo. Su horizonte entonces no es el de la fatal postración ante la realidad humana sino el de una prudente esperanza.

La realidad de nuestra propia declinación —y su potencial superación— bien puede brindarnos la oportunidad de meditar sobre las eventuales lecciones que podemos extraer del análisis de aquel profundo pensador árabe del siglo XIV.

Ibn Khaldun coloca en el centro de su atención al hombre y su condicionamiento ambiental. Se interroga acerca de cómo enfrentar los problemas de la existencia material. En la cultura está en buena medida la respuesta.

En ese sentido, Khaldun rechaza la idea de un estado de naturaleza permanente y destaca la cooperación como la principal condición humana: la sociedad necesita la cooperación para hacer frente al entorno ambiental y para alcanzar el bienestar material.

A partir de ese punto de partida procura evaluar la evolución —así como la involución— de las organizaciones humanas. Procede analógicamente: observa la trayectoria generacional de familias y dinastías y pondera con una matriz semejante el desarrollo de los estados y las civilizaciones. Al hacerlo descubre una pauta recurrente que va desde el surgimiento y consolidación de una unidad políticosocial, a una fase de crecimiento, madurez y esplendor, seguida por una etapa de liberalidad y despilfarro, continuada por un período de complacencia y desatención que culmina, finalmente, en un estadio de degradación y ruina.

En ese largo proceso de concreción, auge y caída —que acontece tanto a nivel familiar como estatal— existe un fenómeno dialéctico que está en el corazón del ascenso y en el núcleo del colapso: la asabiyah.

En Ibn Khaldun, la asabiyah expresa la solidaridad, el sentimiento de grupo, el sentido de pertenencia. Podríamos decir que ese término sintetiza la idea de lo que hoy llamaríamos un destino común. La fuerza de la asabiyah conduce al ascenso colectivo y a la riqueza extendida; la ausencia de la asabiyah lleva al descenso social y al malestar masivo. En síntesis, la cooperación como condición humana primordial está asociada a la asabiyah como práctica ciudadana.

La decadencia de Argentina no está vinculada a la pérdida de recursos naturales, a la destrucción de los activos productivos ni al eclipse de las inversiones financieras. Nuestro declinar quizás tenga más que ver con el deterioro progresivo de nuestra conciencia colectiva, de un ideal compartido, enraizado y solidario en el que a través de la conjunción de esfuerzo paciente y empatía recíproca podamos alcanzar la prosperidad general.

Si como observa Ibn Khaldun, los ciclos de las naciones son frecuentes pero no inmovilizantes y el sentimiento de grupo es una construcción social e histórica, Argentina puede iniciar un lento y valioso proceso de ascenso. Cabe ver si nuestro Estado y nuestra sociedad asumen, con creatividad y generosidad, el camino de forjar una nueva asabiyah.
 

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