Un político norteamericano (de origen irlandés, para más datos) dijo que toda política es local. Otro argentino, que vivió en el siglo pasado, insistía que la política en serio era internacional. Lo que no cabe duda es que no es seguro para un país no tener política exterior coherente.
No pretendo pontificar sobre el tema. En esto, hay que reunir aportes de todos.
Por eso, el título de arriba es una especie de bolsa general para sumar ideas de
amigos, de expertos y de expertos amigos. Para iniciar el debate – con una
adecuada nota provocadora – incluyo algunos fragmentos de un mail que envié a
principios del 2003
“... por primera vez desde 1945 Argentina tiene que ejercer opciones de política
internacional en un mundo en el que Estados más poderosos y sociedades más
desesperadas enfrentan enemigos en serio, en el viejo juego de la guerra.
El problema nuestro no es nuevo; lo único que ha cambiado es que las
consecuencias de los errores son más graves. En el sistema internacional que
rigió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 2001, el destino de los
países medianos como la Argentina no se definía en campos de batalla - en tanto
no afectaran la seguridad del bloque al que adscribían - sino en la sabiduría de
su política y en el acierto de sus políticas económicas. Como caso
paradigmático, debemos darnos cuenta que ninguna guerra o revolución en
Sudamérica después de 1823 tuvo tantas consecuencias sobre las relaciones de
poder como el crecimiento de Brasil a partir de las políticas acertadas de
Vargas en los '30 y '40, de las políticas industrialistas de sus gobiernos
militares a partir de 1963 y - por encima de todo - la continuidad que la clase
política brasileña supo darle a sus aciertos. También tenemos que reconocer que,
en ese mismo período y más allá de los actos hostiles de alguna potencia
extranjera, los argentinos: esto es los conservadores, los peronistas, los
militares, los radicales, los empresarios y los sindicalistas no tomamos las
mejores decisiones. Sí creemos que no es así, que el grupo formado por mí mismo
y los piensan como yo la tenía clara, y el resto son instrumentos de una
conspiración antinacional, estamos perdidos.”
“... Lo que el grupo neoimperialista que hoy conduce la política del gobierno de
Bush (y cuyo pensamiento también ha surgido de la elaboración de cuadros
intelectuales y técnicos; a mediados de los '60 en Buenos Aires se podía leer en
la Biblioteca Lincoln, en Florida al 900, los artículos del grupo de
extrotskistas que en la revista Commentary hablaban de una nueva derecha) nos
obliga a todos es a elaborar propuestas que no sean simplemente sectoriales o de
campaña no sólo para la economía sino también para las relaciones exteriores y
para las fuerzas armadas, que sean el germen posible de políticas de Estado.”
“Porque quiero insistir en la necesidad de encarar seriamente estos puntos: El
rechazo que la mayoría de nuestro pueblo siente por la actitud y los hechos del
gobierno norteamericano en Irak ha estimulado que en la discusión política se
destaca el fenómeno que llamé en otro lugar la hinchada de los buenos: creer que
denunciar al agresor y hacer marchas en su contra es sustituto por propuestas
realistas. Tampoco aquí se luce el menemismo, que se aferra a la idea que
podemos sacar alguna ventaja si hacemos buena letra con los poderosos. Lo único
sensato en esa posición es la idea que debe evitarse irritar gratuitamente al
que tiene más poder que uno, especialmente si luego va a pedirle algo. Pero,
amigos: ¿alguien hizo mejor letra más coherentemente que Menem durante 10 años?
Y cuando lo pusieron preso en Don Torcuato, no recuerdo que el gobierno
norteamericano se haya interesado en su suerte. No hablemos de su solidaridad en
los problemas financieros de la Argentina.”
“Más que ingenuo, sería estúpido esperar otra actitud de un Estado Nación en
serio, no de USA, no de Francia, ni siquiera de Brasil. Cuando la Argentina era
muy joven, uno de sus profesores, George Canning, le enseñó que las naciones no
tienen amigos ni enemigos, sino intereses. Pero nuestro gusto por la ideología
nos ha impedido tomar en serio la lección. Hoy estamos obligados a hacerlo.
Concretamente, debemos asumir que Argentina es hoy muy débil para tomar una
posición en la escena mundial sino como parte de una alianza muy sólida. Y las
alianzas no se hacen con quien uno quiere, sino con aquel al que realmente le
puede interesar aliarse con uno. Para la Argentina, aspirar a ser Puerto Rico -
como algunos economistas liberales parecían plantear en el 2002 - es tan absurdo
como aspirar a ser Cuba.
Mientras construimos alianzas, y el MERCOSUR todavía no lo es, la posición de nuestro país sólo puede ser sensatamente la que han compartido Menem, Duhalde (y Kirchner) en sus momentos de prudencia, que fueron la mayoría: al lado de Brasil, pero del lado más cercano - o menos enfrentado - a los Estados Unidos.
El rechazo, la indignación con las políticas de Bush que hoy siente la
mayoría de nuestros compatriotas no hace fácil a un gobierno mantener esta
posición, pero en política exterior un país no hace lo que quiere sino lo que
puede".
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