Por Abel Fernandez
(Dije en “Blogueando” que no quería plantear esto en términos religiosos.
Tengo claro que, en el fondo de cada uno, eso es imposible. Está muy
mezclado con lo que se cree y se siente sobre el valor y el sentido de la
vida. “Por tu dios, tu demonio o tu sueño, Tendrás que responder, No a mí”
dijo un poeta.
Pero creo que hay una posibilidad y una necesidad de empujar hechos
concretos entre muchos sin discutir de religión. Como es posible y necesario
tirar un salvavidas a alguien que se ahoga sin preguntarle si cree en
Poseidón. Esta propuesta está pensada así.)
Pienso que hay dos caminos para contribuir eficazmente a reducir el
aborto, e, igualmente importante, aumentar las posibilidades de que los
niños que nazcan tengan un entorno de afecto y acercarles alimentación y
salud. Ninguno de los dos es original o nuevo; lo que falta es ponerlos en
práctica.
El primero es establecer un subsidio mensual a las mujeres embarazadas y a
las madres. Debería ser otorgado en forma automática, a partir de la etapa
del embarazo donde el aborto natural deja de ser un hecho probable, y la
única obligación es la del examen médico periódico, para garantizar el
cumplimiento de las normas sanitarias razonables. También debería
prolongarse, agregando como condición cumplir con las obligaciones escolares
del niño, hasta los 13 años. Estoy pensando, con la mezquindad que esta
etapa de la economía nos impone, en una cifra pequeña, alrededor de $ 600.
Aun así, implica una suma importante en el Presupuesto nacional. Hoy están
los fondos necesarios, y cualquiera puede pensar donde sería mejor recortar
para obtenerlos.
También aun así, esta suma pequeña representa una diferencia importante para
aquellas mujeres que se ven obligadas a abortar o entregar a sus hijos por
razones económicas. Por supuesto, debe ser entregada a la mujer (una tarjeta
del Banco Nación?), con independencia de su situación familiar y sin ningún
otro requisito que los planteados arriba, los que hacen al bienestar de la
criatura. A aquellos que se les ocurra preocuparse por si las madres harán
una industria de la crianza de los chicos, sólo puedo invitarlos a que lo
consulten con la reverendísima señorita que los parió. Si la preocupación es
demográfica, piensen que en unos cincuenta años, cuando la sobrepoblación
empiece a preocuparnos, podremos colonizar Europa Occidental, para entonces
despoblada.
Por supuesto, una mujer puede tener motivos sociales o personales para no
querer esa criatura, que no se solucionan con $ 600 por mes, ni quizá con
ninguna otra cosa. El otro camino es agilizar y hacer más transparentes los
procedimientos de adopción. El Registro Único de Adoptantes fue una pésima
idea con buenas intenciones; como podría haber adelantado cualquiera que
supiera algo de Registros, instituir uno de alcance nacional de doble
naturaleza, criaturas para ser adoptadas y parejas aspirantes, era una tarea
difícil y engorrosa para la burocracia experimentada de un país
desarrollado, próspero y pequeño. Aquí… no se ha hecho nada. La adopción
debe seguir controlada por los jueces – no hay otra institución posible –
pero debe darse intervención, y abrir los legajos, a todas las partes
interesadas: las familias de las criaturas, las que quieren adoptar, las
instituciones religiosas y las ONG reconocidas. La privacidad que la ley
resguarda es un concepto del siglo XIX que hoy sirve para ocultar
arbitrariedades y negocios sórdidos.
¿Cómo se impulsan estas reformas, si se las piensa adecuadas? Grupos
pequeños, sin identificaciones políticas, sin intentos de promoción
personal, pero con legitimidad social, unidos en una estructura no
jerárquica, y con identidades religiosas e ideológicas diferentes, pueden
hacer una tarea importante. La Red Solidaria es un buen ejemplo. A lo mejor,
se podrá dar a muchas mujeres la oportunidad de elegir, y a muchos bebés la
oportunidad de vivir.
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