Por Roberto Bardini
Hace varias semanas que no subo a la página – desde el 14/9,
que subí El choque emocional de civilizaciones de Dominique Moisi – material
que no se refiera a la realidad argentina. Aún las críticas de Raúl Kollman
al alegato de los fiscales del caso A.M.I.A. tienen que ver con nuestros
propios problemas. Pero, fascinante como es la actualidad local, el mundo
exterior existe y nos condiciona. Por eso di la bienvenida a esta nota.
Roberto Bardini, veterano luchador de causas nacionales e iberoamericanas,
apunta en forma amena a un esfuerzo que desde Europa se está haciendo por
construir puentes.
(Anoto una discrepancia menor, Roberto: el Profesor Huntington no es un
neocon ni un militante antiislámico como la difunta Oriana Fallaci. Puede
considerárselo como un nacionalista cultural; alguien que reivindica la
identidad estadounidense y que – como muchos de sus compatriotas – hoy la ve
más en peligro por la inmigración latina que por la amenaza musulmana.
Tengámoslo presente)
La Orden de los Caballeros del Templo se creó en 1118, después de la Primera
Cruzada, con el objetivo de proteger a los peregrinos que viajaban a los
lugares santos del cristianismo en Jerusalén. Las hazañas de esta especie de
aristocrática Legión Extranjera son legendarias y a partir del siglo XIX se
ha escrito mucho sobre ella, siempre con un halo heroico, misterioso y
trágico: desde Los caballeros templarios, de Alejandro Dumas, hasta la
erudita novela El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, y el frívolo best
seller El código Da Vinci, de Dan Brown.
“Durante la prolongada y fluctuante lucha entre la Cruz y la Media Luna, que
llena la historia de los siglos XII y XIII, vemos a los Templarios mezclados
con los más intrépidos do quiera que amaga el peligro”, escribe Dumas. El
novelista y dramaturgo francés cita a Bernardo de Claraval, fundador de la
orden, quien los describe “sencillamente vestidos y cubiertos de polvo, el
rostro tostado por los rayos del sol y sus miradas altivas; al acercarse el
momento del combate, ciñen de fe su alma y de hierro su cuerpo”. Con el
tiempo, los caballeros adquirieron otras destrezas: en Auge y caída de los
templarios, el historiador Alain Demurger los considera “excelentes
diplomáticos y embajadores”, además de “concienzudos administradores de
tierras y bienes en casi toda Europa”.
La leyenda - fomentada a lo largo de los años por masones y rosacruces -
narra que los templarios aprovechaban los momentos de tregua para estrechar
vínculos e intercambiar conocimientos con musulmanes y judíos. El mito
sostiene que tuvieron acceso al Corán, la Cábala hebrea, la alquimia e,
incluso, a secretos vinculados con el mítico Grial, al que algunos
esotéricos y ocultistas también denominan “el Arca” o “la Alianza”. Lo
cierto es que también ganaron fama como arquitectos de grandes catedrales
góticas: construyeron 70 en menos de cien años, entre las que se distinguen
las Notre-Dame de Chartres, Amiers y Reims.
Más de 180 años después de la creación de la Orden del Templo, el rey
francés Felipe IV, “El hermoso”, decidió exterminarla para no pagarle una
elevada deuda que había contraído su abuelo Luis IX. En la madrugada del
viernes 13 de octubre de 1307 fueron encarcelados 140 templarios y
torturados para que confesaran delitos falsos, que incluían “sacrilegios,
paganismo y sodomía”. En aquella temprana “noche de los cuchillos largos”
muchos terminaron ejecutados y la milicia fue disuelta. Desde entonces se
considera en casi todo el mundo occidental que el viernes 13 es un día de
mala suerte.
Luego de siete siglos, el Grupo de Alto Nivel (GAN) de la Alianza de
Civilizaciones - creada en septiembre del 2004 por iniciativa del presidente
del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y apadrinada más tarde
por su colega turco, Recep Erdogan - parece reeditar aquel lejano fenómeno
de acercamiento durante las entreguerras de las culturas católica, islámica
y hebrea.
El lunes pasado, que por una llamativa coincidencia fue 13, el GAN presentó
en Estambul su informe final de conclusiones. El documento afirma que es la
política y no la religión la que crea el abismo que separa Occidente y el
mundo musulmán. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, al dar su
aceptación al texto, reiteró la misma idea: “El problema no es el Corán, la
Torah o la Biblia; el problema nunca es la fe, sino los creyentes, y cómo se
comportan los unos con los otros”.
“Mucha gente en todo el mundo, y en particular los musulmanes, ven a
Occidente como una amenaza a sus principios y valores, a sus intereses
económicos y aspiraciones políticas. Las pruebas de lo contrario son
sencillamente despreciadas o rechazadas como increíbles” - dijo Annan -
“Paralelamente, muchos occidentales descalifican el Islam como religión de
fanatismo y violencia”
La propuesta, desde luego, no tiene nada de heroico, misterioso o trágico,
ni está vinculada a la tradición templaria. Su quehacer podría demandar
décadas y mucho bla bla antes de lograr algún modesto resultado. El propio
Zapatero ha reconocido que muchos consideran a la Alianza de Civilizaciones
como “un sueño ingenuo y bienintencionado”.
Pero en todo caso – aunque suene a utopía – una “alianza de civilizaciones”
podría ser una iniciativa más meritoria que el “choque de civilizaciones”
propugnado desde 1993 por el profesor de Harvard y director de la revista
Foreign Policy, Samuel Huntington, un experto en geopolítica más cercano al
Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos que al universo de la
cultura, la ciencia, el conocimiento y la distensión. En otra época, con
certeza Huntington hubiera enviado a la hoguera a Zapatero, Ergogan y Annan.
(con agradecimiento a Bambú Press)
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