El 26 de octubre, inmediatamente después que fiscales argentinos pidieran la captura de ocho iraníes, entre ellos un ex Presidente, acusados por el atentado a la AMIA, yo escribía:
“Hace algo más de 12 años un atentado en la sede de la
Asociación Mutual Israelita Argentina costó 85 vidas de argentinos de
religión judía, católica y quizá algún agnóstico. Fue un hecho muy doloroso,
en un país habituado a las catástrofes, que impactó en nuestra gente.
También puede argumentarse que fue una de las primeras batallas en la
llamada “guerra del terror”.
Sea como sea, no es sorprendente que nuestros investigadores y servicios de
inteligencia y seguridad no proporcionaran explicaciones convincentes, ni
tampoco – por supuesto – pruebas. No tienen experiencia en conflictos
internacionales, porque han sido volcados a nuestras luchas internas. Y las
explicaciones que en otros países se han dado de hechos similares no se han
librado de ser cuestionadas. Cualquiera puede encontrar en Internet – por
ejemplo - cientos de sitios ofreciendo teorías conspirativas, distintas de
la oficial, sobre el atentado a las Torres Gemelas.
La diferencia clave es que en otros países los órganos del Estado (el Poder
Judicial también lo es) han llegado a conclusiones que asumen definitivas y
están dispuestos a afirmarlas con su autoridad. Tienen una “historia
oficial”. Y no es cinismo señalar que es una base necesaria de toda política
de Estado. El estado Argentino no ha podido elaborarla por esas mismas
luchas internas que mencionamos antes.
Así, el gobierno de Menem y el juez Juan José Galeano que investigó el tema
plantearon – sin mucha convicción – la “pista iraní”, pero dedicaron más
esfuerzos a la conexión local, que encontraron convenientemente en las filas
de la policía provincial de un gobernador que lo incomodaba. Tuvo el aval de
las organizaciones de la comunidad judía.
Los opositores a Menem – y los familiares de las víctimas - favorecieron la
“pista siria”, que coincidía con el origen familiar del entonces presidente
y de algún traficante de armas famoso, y sugerían como motivo apoyos a su
campaña electoral que no fueron correspondidos.
Un tercer sector, más presente en Internet que en los medios convencionales,
y ferozmente antagónico tanto a Menem como a estos opositores, desempolvó
una teoría auspiciada en un atentado anterior a la embajada israelí por un
perito convocado por la Corte Suprema, e insinuó que podría tratarse de un
“ajuste de cuentas” interno a la comunidad. No llegan a afirmar que ni los
árabes ni los iraníes existen sino que son creaciones de una astutísima
conspiración judía, pero...
El hecho triste es que hasta hoy el único condenado en sede judicial por
temas vinculados a este caso es el mismo juez Galeano, identificado con la
“pista iraní”
Bueno, ayer (25/10/06) los integrantes de la fiscalía especial creada por el
presidente Kirchner, Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos, emitieron un
dictamen que reivindica esa vieja pista: acusa a Hezbollah e Irán y reclama
la captura de ocho iraníes, ex funcionarios de Teherán.
¿Será ésta la definitiva “historia oficial” del Estado Argentino sobre el
atentado a la AMIA?”
Mantengo lo dicho, pero debo confesar que – como la mayoría de los
observadores – no aprecié en el primer momento la gravedad que este hecho
implicaba, después que el juez Rodolfo Canicota Corral avalara el dictamen
de la fiscalía. Un solitario, agudo analista advirtió – y concuerdo – que
posiblemente sea la decisión jurídica de mayor trascendencia e impacto en lo
que va del siglo XXI en materia diplomática y de defensa para la Argentina.
Porque los gobiernos pasan, pero las causas judiciales permanecen –
aletargadas o no – para que otros gobiernos, u otros países, las retomen.
Ciertamente – todos los que han opinado con alguna seriedad están de acuerdo
- es absurdo pensar que el juez y los fiscales se han pronunciado, más allá
de la fortaleza o debilidad de los indicios (en otra parte de esta página
damos, en las palabras del fiscal y del representante de
Irán, oportunidad para que Uds. los evalúen) sin el respaldo del
Gobierno Nacional. En cualquier país del mundo, estas decisiones se toman
con adecuada conciencia política de sus consecuencias, y en Argentina el
Poder Judicial tiene una sensibilidad aguzada para los humores del poder.
La pregunta a hacerse es, entonces, por qué Kirchner decidió avalar esta
decisión judicial. Hay algo muy importante para tener presente: La evidencia
parece indicar que un gobierno que ha sido acusado por muchos (entre ellos,
yo) de no contar con equipos ni inclinación para el análisis estratégico de
la política internacional, ha llevado adelante desde que asumió hace tres
años una estrategia consistente y coherente en este tema en particular.
En un excelente artículo que público hace pocos días en “La Nación”, Juan
Gabriel Tokatlian, el agudo analista a quien me referí más arriba y cuyos
trabajos hemos subido alguna vez a esta página, señala:
“A principios del siglo XXI, el comercio con Irán venía
creciendo nuevamente con grandes márgenes de superávit para nuestro país. En
1999, el comercio bilateral fue algo superior a los 158 millones de dólares
(las exportaciones argentinas fueron de US$ 155 millones). En 2000, las
cifras respectivas fueron algo más de US$ 343 millones y US$ 341 millones.
En 2001, alcanzaron respectivamente los US$ 419 millones y US$ 417 millones.
Cabe destacar que ese año - el de nuestra gran crisis interna - las
exportaciones a Irán equivalieron a la mitad de todo lo que se vendió a
Medio Oriente y representaban el 2% de nuestro intercambio mundial. Ese
mismo año nuestras exportaciones a ciertos países clave fueron inferiores a
las realizadas hacia Irán: a Canadá se vendió por valor de US$ 225 millones,
a Venezuela US$ 235 millones, a Francia US$ 257 millones y al Reino Unido
US$ 291 millones.
En 2002 sólo hubo exportaciones a Irán: el monto fue de US$ 339 millones. En
2003 -año de llegada de Kirchner al gobierno-, se produjo una caída notable:
se exportó por un total de US$ 47 millones. En 2004, las exportaciones
cayeron a sólo un millón de dólares. En 2005 no hubo ninguna exportación de
la Argentina a Irán.”
Tokatlian no puede ofrecer explicaciones satisfactorias para estos
hechos, pero es muy difícil creer que se trata de una coincidencia. Sobre
todo, si se toma en cuenta otros aspectos de la política de Kirchner: aunque
él y su gobierno fueron severos críticos en algunas oportunidades de
políticas de Washington (el A.L.C.A., por ejemplo) se mantuvo una clara y
constante decisión de cooperar con Estados Unidos en materia de seguridad.
Los organismos de inteligencia del Estado argentino, con sus limitaciones,
cooperaron y cooperan con las políticas de seguridad de Washington. La
Cancillería ha manifestado su rechazo a la proliferación de armas de
destrucción masiva, y nuestras Fuerzas Armadas colaboran en Haití.
La relación de mutuo beneficio establecida con Chávez, así como otros gestos
– y hechos concretos - de independencia en la política exterior no deben
confundir. Irritante como es Chávez para los Estados Unidos, y antagónico
para su visión estratégica, como puede serlo, ciertamente no es un problema
de seguridad. Hoy, ni Castro lo es.
Más relevante para este tema en particular, cabe destacar que Kirchner,
desde el comienzo de su gestión, anunció su decisión que el atentado no iba
a quedar impune. Se puede pensar que son las frases hechas de un gobernante;
pero hay que tener en cuenta que nunca, a pesar de algunas posiciones de la
senadora Fernández de Kirchner antes que él asumiera la Presidencia, avaló
la “pista siria”.
Los motivos posibles que baraja Tokatlian no son convincentes: no parece
haber motivos para que Teherán, culpables o inocentes sus hombres, reduzca
su comercio con Argentina antes que los fiscales insinuaran su decisión,
cuando no lo había hecho frente a las acusaciones de Galeano y a la
explícita alianza de Menem con EE.UU. Una convicción ideológica de Kirchner?
Su política internacional puede ser poco meditada, pero no se podría
acusarla seriamente de ideologizada. Deseo de congraciarse con la
colectividad judía? No suena muy creíble, para un político astuto.
La única hipótesis plausible que se me ocurre es un acuerdo con el gobierno
norteamericano en políticas de seguridad – que incluyese una evaluación
firme de la “pista iraní” - alcanzado no después del 2003. Y Kirchner tiene
fama de cumplir férreamente la letra de sus acuerdos.
Si fuese cierto, no me sorprendería ni me escandalizaría. Los gobiernos, de
derecha, revolucionarios o progresistas, sellan acuerdos como el que se
insinúa. Tampoco me siento inclinado a unirme al coro de ex-menemistas que
descubren que Kirchner comete un grave error al apoyar ahora a EE.UU. e
Israel porque Bush perdió las elecciones y vienen los demócratas (o
republicanos moderados). En los países serios como esos dos, las políticas
de seguridad trascienden los gobiernos. Ni tampoco me gusta la postura
vergonzante que susurra que Irán no debe ser acusado porque puede ponernos
(otra) bomba.
Lo que debe preocuparnos a los argentinos es que otra vez, como hace 15 años
en la Guerra del Golfo, nuestro país toma partido, aunque sea en menor
grado, en el conflicto más grave de nuestra época, sin una reflexión
cuidadosa de las consecuencias y los riesgos. Sin una Cancillería ni
instituciones del Estado capaces de evaluar alternativas por encima de las
decisiones personales. Y sin tomar en cuenta el principal aporte que
Argentina y Latinoamérica, por todas nuestras injusticias y locuras, pueden
ofrecer al mundo en este nuevo siglo: una sociedad donde la religión y la
raza no son causa de guerras.
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