Hace algo más de dos años subíamos al viejo “Reconstrucción” una
minibiografía de Alejandro Bunge –
alguien que tuvo sueños y trazó planes para un país que aspiraba a forjar su
propio destino - que escribió mi amigo Arrivillaga. Hoy recibo un mail de
otro amigo con esta otra historia, y en el “Asunto” coloca simplemente “Como
se desperdician cosas en la Argentina”. Es cierto, Fernando, pero no se
pierden del todo mientras algunos las recordemos.
Fernando Del Corro
- 7 de marzo de 2007
En enero de 1912, poco más de 95 años atrás, desde el puerto de Buenos Aires
se embarcaron hacia Francia los tres primeros automóviles exportados de
producción argentina y casi de
inmediato, para publicitar el producto en el Viejo Mundo, se remitieron
algunos más destinados a participar en competencias deportivas.
Muy pocos, seguramente, se habrán percatado durante la conmemoración en el
Aeroparque de Buenos Aires por parte de la Fuerza Aérea del "Día
Internacional de la Mujer", que el viejo auto con el que arribaron las
veteranas aviadoras María Ligia Vich Ayala y Mirta Revena de Barbot, es un
Anasagasti, el primer auto fabricado en la Argentina, surgido del mismo
taller que aquellos que brillaron en Europa.
Hoy, de aquellas joyas, solo quedan un par: el que posee la Fuerza Aérea y
que otrora se usaba para arrastrar aeronaves y otro que se encuentra en el
Club de Automóviles Antiguos de San Isidro.
Los Anasagasti tuvieron poca suerte en una Argentina desmemoriada, a
diferencia de los Tucker estadounidenses de los que se fabricaron 50 y se
conservan 46.
A poco de llegar a Europa el equipo argentino se impuso en la prueba
París-Madrid, a lo largo de 1.515 kilómetros conducido por el propietario de
la firma, el ingeniero Horacio Anasagasti. Otro de los autos, poco después,
se colocó en los puestos de avanzada, tras 1.322 kilómetros, en la carrera
Boulogne Sur Mer-San Sebastián.
El 26 de septiembre de 1912 Anasagasti resultó cuarto en su categoría y
decimoséptimo en la general sobre 106 participantes y el 6 de octubre
siguiente se impuso en el kilómetro lanzado en Cot
de Gaillón, a un promedio de 97,3 kilómetros por hora, para despedirse de
las competencias, tiempo después, del otro lado del Río de la Plata, en la
Montevideo-Salto-Montevideo.
Horacio Anasagasti fue el más importante de los pioneros de la
industrialización argentina, abandonado a su suerte en aquellos tiempos,
durante el predominio de los últimos gobiernos conservadores y el primero de
los radicales ligados al modelo agroexportador, y hoy apenas es recordado
con una calle que lleva su nombre en el barrio porteño de Palermo.
Anasagasti, que tuvo su fábrica en la intersección de las actuales Arenales
y Cerrito, fue, además, un innovador tecnológico, un anticipador de la
legislación social al punto que sus operarios trabajaban sólo 8 horas,
percibían los salarios más
elevados de la época y hasta se les entregaba un ventilador para soportar
mejor la temperatura y una jarra con jugos de fruta.
Tanto fue el sueño despertado por Anasagasti entre su gente - muchos
de ellos inmigrantes que habían llegado con un alto grado de especialización
técnica - que cuando la crisis hizo que hubiera que
cerrar la fábrica en 1915, aquellos le presentaron una propuesta de trabajar
sin salario, que no fue aceptada, y así, tras grandes esfuerzos, se bajó la
persiana, definitivamente, en 1920.
Anasagasti, el segundo en fabricar autos en el país (el primero había sido
Manuel Iglesias, que en 1907 construyó un prototipo en la ciudad bonaerense
de Zárate), nació el 18 de septiembre de 1879 en el seno de una familia de
"acaudalados vascos", recuerda Christian Berschi en su biografía.
Anasagasti, discípulo de Otto Krausse se recibió de ingenieroa los 23 años,
en 1902. En 1907 ganó una beca y tras visitar los Estados Unidos de América,
viajó para trabajar en Milán en la Isotta-Fraschini, de donde volvió con uno
de sus autos, una Bacquet de dos plazas con la que participó en varias
competencias.
Poco después, en 1908, con Ricardo Tráver y José Gálvez abrió una
concesionaria en Avenida Alvear 1616, para representar a la misma Isotta-Fraschini.
También se dedicó a escribir sobre cuestiones técnicas en la revista "La
Argentina Automóvil", sobre "Fórmulas empíricas que dan rápidamente el poder
máximo efectivo en caballos vapor de los
motores de explosión" y sobre "Aceros especiales usados en la construcción
de automóviles". El 30 de diciembre de 1909 presentó su nueva empresa, "Anasagasti
y Compañía".
Fue durante la "Exposición Internacional de Ferrocarriles y Transportes
Terrestres" realizada en Buenos Aires en 1910 cuando Anasagasti obtuvo su
primer reconocimiento técnico, al obtener el Gran Premio por la presentación
de una caja de velocidad de cuatro marchas hacia adelante (en ese entonces
sólo se conocían las de
tres) y retroceso.
Ese mismo año viajó a Francia donde se conectó con la firma Ballot y
Compañía, de los hermanos Ernst y Edouard Ballot, los que entusiasmados con
Anasagasti le proveyeron varios motores y los
moldes de madera para la fundición de piezas. Fue sobre la base de esos
motores que diseñó el sistema de lubricación forzada que revolucionó la
industria automotriz en el mundo entero.
Ya en julio de 1911 presentó su auto terminado, con el motor Ballot
modificado por él (algunos autos se hicieron con impulsores Janvier), y lo
estrenó en carreras el 17 de septiembre, ganando,
bajo su pilotaje, con el pseudónimo "Samurai" en la carrera
Rosario-Córdoba-Rosario, tras lo cual viajó a Europa con los
resultados ya adelantados.
Su ausencia para competir en Europa hizo que las finanzas de la empresa
tuvieran dificultades, sobre todo por los atrasos en los pagos que debían
efectuar sus adquirentes taxistas, a lo que
se sumó el cierre de las exportaciones a Europa por la Primera Guerra
Mundial y, por este mismo motivo, las dificultades para obtener las partes
importadas.
El ingeniero Horacio Anasagasti, pionero del industrialismo y de la
tecnología en la Argentina, falleció, víctima de un paro cardíaco, en esta
hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el 8 de
abril de 1932.
El acto organizado por la Fuerza Aérea constituyó, en silencio, una
convocatoria a lo que el país más necesita: su inserción en el mundo de la
alta tecnología.
[ Portada ]