“EE.UU. y Rusia no pueden permitirse otra Guerra Fría”

Henry Kissinger – Marzo 2007

 

Este artículo ha tenido la repercusión – importante - que todavía tienen las recomendaciones del Dr. K; en la Argentina ha sido publicado por “Clarín”, lo que garantiza una amplia repercusión ¿Por qué entonces subirlo a esta página?

Me parece que es importante leerlo no como parte de la “actualidad” efímera de los diarios, que cambia su piel cada 24 horas, sino como un dato más que debe tener presente ahora y en los próximos años cualquiera que quiera entender la política internacional (la única política en serio, decía un viejo general).

Kissinger, miembro y consejero del establishment tradicional pero mirado con desconfianza por los sectores más agresivos/nacionalistas de la derecha republicana, levanta nuevamente su voz ante el declive de los “neocons”. Pero su mensaje ha cambiado un poco, un matiz, quizá, del que tenía veinte años atrás ¿Se ha hecho más prudente? ¿Percibe una decadencia del “poder duro” norteamericano (del que nunca fue demasiado confiado)?

Desde que era el Metternich de Richard Nixon hasta hoy, Kissinger siempre ha argumentado a favor de un entendimiento USA.-China. Y si bien nunca tuvo posiciones tan definidamente anti rusas como su colega de origen polaco, Brzezinski, tampoco planteó alguna vez la posibilidad de una alianza. Si uno lo lee con cuidado ¿qué otra cosa está diciendo aquí? Para su lenguaje preciso, es una afirmación muy terminante decir que “Rusia ya no constituye la amenaza estratégica al equilibrio de poder que representó durante la Guerra Fría”.

Los argentinos, los latinoamericanos, en realidad todos los que no somos ni estadounidenses o rusos, debemos tomar en cuenta esta posibilidad. Especialmente en nuestro caso, pues los estudiosos y opinadotes del “campo nacional” invaden la red con especulaciones basadas en entusiasmos antiimperialistas y/o viejas lecturas de la geopolítica de Haushofer que dan por sentado que cualquier poder emergente o revanchista estará necesariamente enfrentado a la potencia hegemónica. No es así, mis amigos, en particular si esa potencia reexamina, como parece estar haciendo, su fantasía de poder unilateral.
 

Si hay algo que caracteriza las relaciones entre Rusia y Estados Unidos es la ambivalencia. Mientras el presidente Vladimir Putin fustiga la conducta y las políticas estadounidenses, su ministro de Relaciones Exteriores reafirma el interés de Rusia en una asociación con Estados Unidos. Mientras por un lado busca la ayuda rusa en el área de no proliferación, Washington lleva adelante políticas en las fronteras de Rusia que Moscú y muchos rusos consideran altamente provocativas.

Entretanto, ambos países se ven amenazados por el Islam radical; la cooperación entre las potencias nucleares del mundo es imperativa; y surgen una serie de problemas, como el medio ambiente y el cambio climático, que sólo pueden resolverse globalmente. Interconectados como están sus intereses nacionales, ninguno de los dos lados puede desear o permitirse, incluso, otra Guerra Fría. Pero la nueva frialdad es perjudicial para un orden internacional pacífico y creativo.

La desavenencia se divide en dos categorías: del lado estadounidense, el desencanto con las tendencias internas en Rusia, la decepción por la actitud dilatoria de Rusia respecto del tema nuclear en Irán y reservas sobre la forma brusca en que Rusia se maneja con las antiguas partes del Imperio ruso ahora independientes. Del lado ruso, la idea es que Estados Unidos subestima a Rusia, que exige consideración de sus dificultades pero no está dispuesto a respetar las de Rusia, que inicia crisis sin realizar las consultas correspondientes e interviene de manera inaceptable en los asuntos internos rusos. Si bien las quejas de cada parte son en cierta medida justificadas, la dificultad para resolverlas refleja una gran diferencia en la experiencia histórica. Durante el siglo XIX, actuando superficialmente en forma paralela, los dos países dedicaron gran parte de sus energías nacionales a expandirse a regiones contiguas precariamente establecidas. Pero con una diferencia esencial. La expansión estadounidense fue llevada a cabo por hombres y mujeres que dieron la espalda a sus países de origen para configurar sus futuros individuales. Los pioneros de Rusia fueron llegando a los territorios conquistados en la retaguardia de ejércitos a medida que las poblaciones nativas iban siendo absorbidas por el Imperio. Casi todas las ciudades del sur de Ucrania y, naturalmente, San Petersburgo fueron creadas por zares que trasladaron a miles de personas por la fuerza a las regiones recién conquistadas.

La vastedad de los territorios y la amplitud de las fronteras confirieron una posición de excepcionalidad a ambos países. Pero la excepcionalidad estadounidense se basó en la realización individual; la de Rusia, en un sentido místico de misión nacional. La excepcionalidad estadounidense produjo una política exterior esencialmente aislacionista, interrumpida cada tanto por cruzadas morales. La excepcionalidad rusa se expresó en la expansión militar.

Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, Rusia y Estados Unidos rara vez actuaron a nivel global. Estados Unidos daba la espalda a la política mundial. Rusia se hallaba en la paradójica posición de ser vista por un lado con frecuencia como una amenaza para el equilibrio de poder establecido siendo por otro a la vez un elemento indispensable en su preservación cuando fue atacada por Carlos XII, Napoleón y Hitler.

Para que Rusia pueda recuperar su estatus histórico, Estados Unidos es en muchos sentidos el socio más deseable. Rusia tendrá un incentivo para promover las relaciones con China, en parte para mejorar su posición negociadora respecto de otras regiones. Pero no concentrará toda su política en Asia, en parte porque China misma se resistiría a semejante asociación y porque Rusia tiene demasiadas preocupaciones con Siberia como para apostar todo a sus vínculos asiáticos.

Desde el punto de vista estratégico, Estados Unidos y Rusia son mutuamente importantes el uno para el otro. Sin embargo, su diálogo se ha concentrado demasiado en cuestiones tácticas. Las preocupaciones rusas a veces se han tratado como un ejercicio de tutelaje. Un responsable político ruso me hizo un comentario exasperado no del todo desacertado: "Cuando les hablamos de un problema ruso, ustedes tienden a responder que van a ocuparse del tema. Pero lo que nosotros queremos no es tanto que se ocupen como que lo entiendan".

Para muchos rusos, la experiencia post-soviética representa un cambio de 300 años de historia rusa. Desde el momento que Rusia perdió la mayor parte de las adquisiciones desde Pedro el Grande, la posición estratégica rusa respecto de sus vecinos occidentales ha cambiado esencialmente para ambos lados. En las relaciones con sus vecinos, Rusia a veces reitera su énfasis histórico en el poder. Le cuesta ajustar su pensamiento a un mundo donde no enfrenta ninguna amenaza por parte de Occidente. Al mismo tiempo, Rusia ya no constituye la amenaza estratégica al equilibrio de poder que representó durante la Guerra Fría.

Una nueva relación constructiva entre Estados Unidos y Rusia requerirá la modificación de dos actitudes tradicionales: la tendencia estadounidense a insistir en el tutelaje global y la proclividad rusa a acentuar la fuerza bruta en el manejo de la diplomacia.


Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2007. Traducción de Cristina Sardoy.

 

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