Esta nota la tomé de Bambú Press, de Roberto Bardini. Por la historia que cuenta, y por quien la escribe, me pareció un buen modo de recordar el 25º aniversario de la guerra.
Miguel Ángel Trinidad *
Podría referirme a la falsa dicotomía argentina, todavía no superada, sobre
si la Guerra de las Malvinas constituyó la apoteosis nacional o si fue un
hecho demencial del cual - merced a la victoria militar británica -
obtuvimos el retorno a la democracia. Ni la una ni la otra. La historia esta
llena de acontecimientos cuyos responsables se vieron trascendidos por los
procesos desencadenados y sus consecuencias. Las acciones desencadenan
procesos y éstos son multidimensionales, por ello Malvinas no puede ser
encorsetada en análisis o etiquetas simplistas. A la bastardeada maniobra
del régimen militar de pretender perpetuarse en el poder mediante la
recuperación de Malvinas le devino el resurgir de una causa nacional,
popular, histórica y de profundas raíces de resistencia al colonialismo y al
Imperio.
La Argentina y los argentinos no somos los mismos después de Malvinas.
Podría continuar buceando en estos interrogantes y contradicciones
argentinas a cuyas respuestas parece que aún se teme, especialmente aquellas
referidas al por qué y a cómo perdimos esa batalla; mencionar la
quintacolumna que vestía uniforme y la de saco y corbata también. Pero el
espacio disponible para escribir no es suficiente y el espíritu y la emoción
que se respira y se percibe en este aniversario me impulsa, me compele como
un imán, a retrotraerme en el tiempo y rescatar un instante de ese capítulo
de nuestra historia como la manera más sencilla, profunda y humana de
recordar los sucesos de hace 25 años.
Lo conocí cuando ingresamos el mismo día a la milicia, allá por marzo de
1981. Nos tocó la misma Compañía, el mismo grupo en el período de
instrucción en Ezeiza, lugar al que llegamos luego de partir del Regimiento
de Infantería Mecanizado 3 de La Tablada. Esos 52 días de entrenamiento
compartimos sudor, bromas, anécdotas, aguante y la esperanza tan peculiar de
colimbas que era la llegada del franco tan esperado, la expectativa por
disfrutar de unos cortos días de civilización puteando la inminencia del
retorno al cuartel tan temido.
Ya incorporados a la monocromática vida cuartelera un día en el regimiento
me pidió que le tomara la consabida fotografía de los conscriptos: con
uniforme de combate, casco y fusil. Se la tomé con una Nikon que todavía,
vetusta, me acompaña. No se la pude entregar entonces. En esos tiempos
revelar un rollo de fotos llevaba semanas. Cuando finalmente las revelé, él
ya no estaba en el servicio militar. Se había ido en la primera baja, a los
seis meses, porque era casado. Era maestro de primaria.
Yo me quedé hasta la última baja: destino de los que se portan mal, o de
aquellos que tenían destinos “privilegiados” como ser asistente u oficinista
de la Plana Mayor. A estos últimos pertenecí. Los vituperados soldados que
escribíamos con la Olivetti en las oficinas. En fin, los que nos capeábamos
las guardias, los “bailes” y la vida de infante en el cuartel.
El amanecer del 2 de abril nos sorprendió de igual manera a todos. No
intuíamos que nuestro destino sería Malvinas, pero la lectura realista de
las circunstancias nos decía que la tan esperada “baja” no llegaría en las
tres semanas que restaban. Alguien –que había fungido como tesorero en la
“vaquita” que desembocaría en una noche de bacanal en una cantina de la Boca
para festejar el fin de la vida militar, impulsado por el sentido común,
empezó a restituir los escasos pesos reunidos.
La sorpresa ante la recuperación de las islas dio paso a la especulación y a
ser testigos del retorno de los ex colimbas de la clase 62 que ya se habían
ido de baja. Parado en la puerta de mi oficina lo vi regresar. Me contó que
pronto iba a ser padre y otras cosas acerca de la escuela donde enseñaba.
Días después, ya faltaban pocas horas para embarcar a nuestro destino
malvinero. Ya lo sabíamos, no constituyó una sorpresa pues la instrucción
para movilizarnos había llegado el 8 de abril. Todo era un frenesí de idas y
venidas. La tarde del sábado 10 de abril horas antes de nuestra partida, le
dije: “Che, vos podés quedarte. Sos casado, vas a ser padre, tu esposa está
embarazada. Podés hablar con alguien, andá, hacé la prueba”. El paso del
tiempo hizo mella en mi memoria y no puedo recordar por qué no hizo la
gestión. Si fue porque quiso ir como voluntario o porque la convocatoria le
marcó un camino ineluctable, no lo supe. Puede también que un inconsciente
llamado de la historia haya influido en su decisión. O tal vez ambas.
Así con una mezcla de expectativa y resignación a cuestas embarcamos los
bondis requisados de la línea 55 que nos trasladaron hasta el Aeropuerto
Militar de El Palomar. Las dudas se tornaron convicciones, la tristeza se
volvió euforia, el temor en asombro, la incertidumbre inicial en certeza.
Estábamos yendo a Malvinas, íbamos - pasara lo que pasara - a formar parte,
aunque sea con una coma, de la historia de nuestro país. No sospechábamos
que al regreso ni las gracias, y que el silencio y el ocultamiento sería la
bienvenida del Estado Argentino. No nos imaginábamos que muchos de los que
especularon con Malvinas y prendían una escarapela en sus solapas luego
voltearían sus rostros al vernos; y es que los soldados que regresan de una
batalla perdida son el espejo donde se reflejan las frustraciones de una
sociedad.
Si la memoria con el paso de los años no me escarcea datos, en Malvinas él
fue destinado al grupo de Comunicaciones de la Compañía Comando.
No compartimos la misma posición en las trincheras aunque sí estábamos
ubicados en la misma área, al sur de Puerto Argentino, al este del Monte
Sapper Hill y con el mar de frente. Nos vimos varias veces. Hablamos del
regreso, de su profesión, de sus alumnos, de sus expectativas, de las mías.
La posibilidad de guerra se había mudado en realidad, el regreso con vida en
esperanza. En las interminables horas de espera de cada día los proyectos de
vida al retorno al continente, a casa, eran la motivación sucedánea de la
comida caliente y una buena cama ausentes.
El viernes 11 de junio constituyó para todos una fecha clave. Ese día Juan
Pablo II llegaba a Buenos Aires. Seguimos por radios los detalles de la
visita. Más que la emoción que contagiaban las noticias, crecía en nosotros
la convicción - ingenua de que esa noche - al menos - los ingleses cesarían
en sus ataques. Craso error. Aproximadamente a las 21 horas empezó el fuego
más intenso que hasta ese día había tenido lugar en toda la campaña de la
Guerra de las Malvinas y que se constituyó en el inicio del ataque final
sobre Puerto Argentino.
Al ya consuetudinario bombardeo de la artillería naval se le sumó el fuego
de la artillería de campaña procedente de Monte Kent y otras colinas que
circunvalaban el anillo montañoso de Puerto Argentino. Los batallones de
paracaidistas británicos y regimientos escoceses y el 42 y 45 Comando
iniciaron su avance contra las posiciones de los regimientos 4 de Monte
Caseros, 6 de Mercedes y 7 de La Plata y del BIM 5 en esas montañas. El
fuego alcanzó el casco urbano de la capital malvinera.
Nuestro grupo, una suerte de “armada Brancaleone”, rejunte de los
oficinistas de plana mayor, comunicaciones y asistentes huérfanos de jefes,
nos apiñábamos esa noche en un galpón con forma de hangar en los bordes de
lo que constituían las últimas casas de las afueras de Puerto Argentino,
debido a que tuvimos que abandonar las posiciones frente al mar a causa de
las lluvias que habían inundados nuestros pozos días antes. Entre explosión
y explosión salimos de regreso todos hacia las posiciones que contiguas al
mar y al Sapper Hill.
De repente, mi jefe - el entonces teniente primero José Luís Blanquet - me
avisa que por ordenes del jefe de Operaciones (mayor Berazay) de nuestra
Unidad, teníamos que acompañar a un contingente del Regimiento, compuesto
por la Compañía de Infantería A y algunos grupos informes, a dar apoyo al
Regimiento 7 de La Plata que estaba combatiendo duramente en Mount Longdon.
Más tarde se dijo que íbamos a pasar por Moody Brook rumbo al área de
Longdon o Wíreless Ridge. Me empecé a preparar. Curiosamente, el Ejército
Argentino no tenía provista mochilas para sus tropas. Cargábamos los
incómodos bolsones portaequipos. Mi mochila la había hallado en una de esas
incursiones a las casas abandonadas de los kelpers. Era del Ejército inglés
de la época de la II Guerra Mundial….
Mochila al hombro en el pandemonium que tenía lugar bajo el fuego incesante
británico deambulábamos esperando la orden de encolumnarnos hacia el
destino. La idea de ir al encuentro directo con las tropas enemigas iba
tomando cuerpo en nuestra imaginación. Todos los miembros de la Compañía A
iban con lo puesto, el fusil, municiones y a lo sumo el morral con los
elementos/cubiertos para comer y una manta cruzada en bandolera, lo cual
asemejaba a la estampa de los antiguos soldados de la Primera Guerra
Mundial. De repente el teniente primero me avisa que finalmente nosotros,
los escasos cuatro miembros del Grupo Inteligencia no iríamos a ese sitio.
Sería el Grupo de Operaciones al mando del mayor Berazay quienes finalmente
acompañarían el contingente.
Al contingente se sumó, entre otros, el grupo de un sargento constituido a
las apuradas en el grupo “Misilero” armados con los misiles SAM 7 soviéticos
que el coronel Moammar Jadafi había enviado como muestra de su apoyo a la
Argentina. En ese grupo iba Julio Cao. El soldado Cao a quien se refiere
esta historia.
Empezamos a ayudar como diera lugar a los soldados de la Compañía A que
partían, acarreando cajones de municiones y otras vituallas hacia una suerte
de acoplado improvisado tirado con tractor. El terreno estaba totalmente
cubierto de hielo, resbaloso y traicionero. El fuego enemigo arreciaba y la
noche se iluminaba con bengalas y con el estallido de los cañonazos que
caían entre las piedras cerca de nosotros. Mas tarde sería el fuego de la
artillería enemiga sería más intenso. Todo era confusión y ruidos
estruendosos cuando de repente una voz conocida me saludaba. Era la de Julio
Cao.
Aún después de tanto tiempo oigo y recuerdo diamantinamente sus palabras:
“Trini - me dijo - me voy con el grupo del sargento Moreno, parece que nos
mandan a Moody Brook o Monte Longdon. ¿Te acordás de la foto que me tomaste
en el regimiento? Bueno, mirá, si no vuelvo, te pido que se la entregues a
mi familia”. Le contesté sorprendido y con un dejo de quién no da crédito a
una afirmación: “Andá. No digas boludeces, que nada te va a pasar. Dejáte de
joder”. Me volvió a insistir. Entonces le prometí que sí, que así lo haría.
No sólo no podía negarme a una solicitud de semejante naturaleza, sino que
además él me lo decía con una truculenta convicción, la convicción de
aquellos que saben que marchan a la muerte. Nos fundimos en un fortísimo
abrazo y entonces él partió con el contingente en el que si no hubiese
habido un cambio de orden de último momento, también yo lo hubiera
engrosado.
No puedo establecer con certeza si fue la noche del domingo 13 de junio o
amaneciendo el 14, pero recuerdo que desde nuestra posición en una casamata
pudimos oír por el sistema de radiocomunicación que en el contraataque para
recuperar la cima de una colina, Wirelles Ridge creo, Julio Cao había caído.
Según contaron los muchachos de la Compañía “A” parece que fue impactado
bajo un fuego contundente, algunos decían sin precisión que fueron disparos
de fusiles; otros dijeron que fue un misil o cohete anti personal o algo
así. Allí quedo el soldado Cao. El maestro de primaria.
No cumplí pronto la promesa hecha esa noche de prolegómenos de muertes. Lo
hice dos años después cuando logré ubicar a su viuda y le entregué la única
foto de Julio como soldado. Nunca más supe de su familia, hasta que el año
pasado lejos de la patria, en Guatemala una noche en mi casa en una cena con
compatriotas amigos, Aníbal mencionó a la madre del soldado Cao que apoyada
por la cancillería argentina había viajado a Londres hace unos años donde
tuvo un encuentro con los padres de un soldado británico caído. Supe que una
escuela lleva su nombre. Y recordé que todavía debo guardar en algún rincón
de la casa de mi madre, en Buenos Aires, el negativo de esa foto. La buscaré
y haré un cuadro grande con su fotografía y se la haré llegar a esa madre,
que bien pudo haber sido la mía. Pues si la mano de Dios hubiera dispuesto
otra cosa, tal vez quien esto escribe hubiera acompañado el contingente esa
noche.
Pasaron muchos años y su recuerdo de tanto en tanto me visita. Sucedieron
muchas cosas en Argentina y con los veteranos de guerra. Cambiaron también
los lugares, situaciones y países diferentes como destino transitorio de
expatriado en los avatares de quién esto escribe, pero el recuerdo de ese
soldado que fue maestro siempre está presente.
Su vida y sus sueños se truncaron hace casi 25 años. Su impronta quedó en su
familia, en los recuerdos de sus camaradas. Hoy una escuela lleva su nombre
allí en un barrio de La Matanza. Me gustaría algún día conocer esa escuela,
llevarles un gran cuadro con la fotografía de Julio soldado y contarles a
los chicos este pedazo de recuerdos del soldado Julio Cao, un maestro de
primaria que no pudo volver a dar lecciones de historia a los pibes por que
él está en las páginas de la Historia de nuestra Patria. De una historia que
aún aguarda ser asumida con sus debe y haber, que espera ser conocida y que
contiene las respuestas a nuestro dolor, frustraciones y a nuestras
esperanzas.
*Miguel Ángel Trinidad, ex soldado combatiente en las Islas Malvinas,
perteneció a la Compañía Comando del Regimiento de Infantería Mecanizado 3
General Belgrano con asiento en La Tablada, Provincia de Buenos Aires, fue
prisionero de guerra; fue Secretario del Centro de Ex Soldados Combatientes
en Malvinas de Capital Federal entre Octubre de 1982 hasta 1987. Reside
fuera de la Argentina desde inicio de los 90. En estos años se desempeñó en
la cooperación internacional participando como Oficial de Protección en el
proceso de paz de Nicaragua hasta 1996 (OEA), en el proceso de Paz de
Guatemala (OEA 1996-97), en misiones de Observación Electoral de la OEA
(Paraguay, Venezuela, Nicaragua, Honduras, Bolivia), fue Jefe de Misión de
la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU para Honduras y
El Salvador (1999-2002), se desempeñó en el Sistema de Naciones Unidas y
asesor del PNUD de Honduras. Representante de la OEA en Bolivia (2003-2004)
y actualmente se desempeña como Jefe de Misión de la Oficina de la
Secretaría General de la OEA en la Zona de Adyacencia Belice-Guatemala (zona
de conflicto territorial).
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