discurso de Bercy, 29 de abril de 2007
Me parece necesario empezar aclarando algo: No soy
partidario de Nicolás Sarkozy En primer lugar, no lo soy porque no soy
francés ni participo en la política francesa, y desprecio el hábito
subdesarrollado de embanderarse en causas ajenas. Pero además me considero
alejado de su pensamiento. Tengo alguna nostalgia admirativa del proyecto
nacional de De Gaulle, y me parece que Sarkozy expresa el alejamiento de la
dirigencia francesa de ese ideal.
Igual, creo que corresponde que reproduzca este discurso. Y no sólo porque
es el de uno de los actores todavía claves de la política internacional. Si
no también porque algunas de sus frases (otras no) podría hacerlas mías: “La
caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la
disolución de la política en el mercado. Dieciocho años después, todo el
mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la
política no puede desaparecer” “La necesidad de política tiene por
corolario la necesidad de nación... la nación no es sólo la identidad. Es
también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el
sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un
mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y
podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar”. Además,
argentino y latinoamericano como soy y me asumo, no puedo dejar de sentir
una cierta envidia por una sociedad donde un candidato puede ganar
pronunciando discursos como éste.
«El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de
quienes se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima
de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la
capacidad para expresar una voluntad.
Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a
los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que
en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se difunde
instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus
fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel
anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto
estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían
totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías
circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna.
Retorna por todas partes en el mundo. La caída del Muro de Berlín pareció
anunciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado.
Dieciocho años después, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado,
que siempre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los
hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como
rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial.
La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La
nación también había sido condenada. Pero aquí está de nuevo, para responder
a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una
empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no
quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu.
Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de
identidad muy fuerte. Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en
todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición.
Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar
juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está
solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el
sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo
que, solos, no podríamos afrontar.
Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón
del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo
mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una
fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo
mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor.
Conjuraremos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros
compromisos, respetando la palabra dada.
Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política.
No me da miedo la palabra "moral". Desde mayo de 1968 no se podía hablar
de moral. Era una palabra que había desaparecido del vocabulario político.
Hoy, por primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la
campaña presidencial. Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo
intelectual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que
todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo
verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer
que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no
traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de
mérito. Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el
delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían
proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que
las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya
no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y
tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido.
Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona: "Vivir sin
obligaciones y gozar sin trabas". Así la herencia de Mayo del 68 ha
liquidado a la escuela de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una
escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela
que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo
niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque
había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de
que el ignorante no es libre. Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado
esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura
y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse,
vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la
sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68
los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto del
dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación. El
cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores
morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el
terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas
indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros
blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador
sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.
Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política.
Todos esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al
prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los
demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos.
Proclaman: "Haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago". Ésa es la
izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los medios
de comunicación, en la administración, en la economía.
La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los Privilegios. La
izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada. Que no ama
a la República porque no ama la igualdad. Que pretende defender los
servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que
ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios privados.
Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella.
Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se
queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás. Esa
izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se
encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y
manifiestos cuando se expulsa a algún "okupa", pero que no aceptaría que se
instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás,
sin ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre
Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a
Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores,
los más modestos, los más pobres.
Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al
esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida
por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el
valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es
la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora
la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la
de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo
una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme
responsabilidad. Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al
trabajador el primer lugar en la sociedad.
La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos
herederos de los que en Mayo del 68 gritaban "CRS = SS", toman
sistemáticamente partido por los violentos, los alborotadores y los
estafadores contra la policía.
Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte. En lugar de
condenar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil
trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser
inscrita en los anales de la República: "Es inquietante constatar que se ha
abierto una fosa entre la policía y la juventud".
Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la
juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no
los violentos. Como si los violentos hubieran destrozado todo y saqueado los
comercios para expresar una revuelta contra una injusticia. Como si el hecho
de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la sociedad fuera siempre culpable
y el delincuente siempre inocente.
Ésos son los herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional,
que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la
República.
En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser
perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la
página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que
contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la
Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista.
No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido
contra la policía. No es posible seguir denunciando la "provocación" y el
"Estado policial" cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley. No
se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo,
generalizar las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la
mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar. No se
puede decir que se desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo
tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite
financiar la protección social con las importaciones. No es posible
proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad.
Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los
comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del
68. Propongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad,
el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente
su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los
corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una
República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los
separatismos. Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa
de sí misma.
Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los
herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar
la ley, el Estado y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido
el crecimiento del individualismo. Han incitado a cada cual a no pensar más
que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo
creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con
el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes.
Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho
real a un techo, al alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a
la escolarización de niños con minusvalías, a la dependencia para los
mayores.
Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18
años, y a la formación a lo largo de toda la vida. Quiero el derecho a la
caución pública para aquellos que no tienen padres, para los que no tienen
relaciones, para los enfermos a los que no se les quiere prestar porque se
considera que representan un riesgo demasiado elevado. Quiero el derecho a
un contrato de transición profesional para los que están en paro.
Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes. La
ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a
recordar a cada cual sus deberes, cuando en la política francesa se ose
proclamar que, en la República, los deberes son la contrapartida de los
derechos. Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e
intelectual que Francia necesita una vez más.
Entonces podremos reconstruir sobre cimientos renovados esa República
fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia
desde el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación.
Porque Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio;
Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde
su primer día, cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para
transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.
Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el
aumento del poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la
moralización del capitalismo, todo eso es necesario y es posible.
Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una
cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda
encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y
respetada. »
(Con agradecimiento a Alejandro Pandra)
Discurso de Bercy, 29 de abril de 2007.
Ver el discurso completo (en francés)
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