Porqué no soy progre

 

Por qué uno es lo que es “en política”: peronista, socialista, de centro-izquierda, de derecha, simpatizante de la Carrió… puede ser más difícil de explicar (y explicarse) de lo que parece. A lo mejor, era más simple cuando los partidos y sus discursos tenían más vigencia. Pero hoy, que el PJ y la UCR se han deteriorado – sin que surjan en su lugar partidos de masas que merezcan ese nombre – es posible tener muy clara la percepción de la identidad política de uno mismo sin que le sea fácil explicarlo en lenguaje común.

 

Por eso, estoy agradecido a este post de un blog, “La Barbarie”, que expresa con claridad un ideal que – sin la ironía que a veces acompaña a ese término – puede calificarse como progresista. La Barbarie es un blog hecho por un grupo de intelectuales con formación en las ciencias sociales que toman muy en serio sus ideas, y este post en particular recibió 33 comentarios, la mayoría lúcidos, de la comunidad bloggueante local, que en buena parte es progre. Discutieron muchas cosas, pero ninguno encontró nada extraño en el ideal que define. Mi agradecimiento se debe a que me permitió tener un ejemplo útil para explicar – sin agresión ni sarcasmo – por qué yo no lo soy; por qué todavía, en 2007, puedo definirme como peronista. Continúo después que lo lean

 

“Cada vez es más probable que Macri gane en la segunda vuelta de las elecciones porteñas. Más que de repartir culpas ya es momento de ponerse a buscarle respuesta a una pregunta tan vieja como la política misma: ¿qué hacer?.

En caso de que Macri y “Ruiz Guiñazú” resulten electos, quedan cuatro años para deshacerse del progresismo suspect (también conocido como ladriprogresismo) y construir un proyecto político democrático para la Ciudad.

 

Ok. ¿Y qué cuernos es un proyecto democrático?

En Buenos Aires (y en las demás ciudades grandes), son cada vez más cercanas a cero las probabilidades objetivas de que una persona de clase media entable una relación social con un pobre por fuera de la microredistribución del ingreso (limosna, pago de servicios informales, hurto, entrega de papel para reciclado, etc.) Pobres y ricos ya no se relacionan como pares ni siquiera en la escuela, ni en ningún otro espacio (gracias a Telerman el Enrejador tampoco en las plazas).

 

Un proyecto democrático es un proyecto que, como mínimo, se proponga a) acortar la distancia material entre ricos y pobres y b) disminuir la distancia simbólica generando espacios realmente públicos, esto es, ámbitos donde todos puedan interactuar como iguales.

 

En algo más de dos gobiernos el progresismo suspect no ha demostrado interés en hacer ninguna de estas dos cosas. Seguramente tampoco el management social Pro estará interesado en mantener sus preocupaciones humanitarias pasadas las elecciones (y mucho menos mientras se paguen las cuotas de esa campaña tan linda pero tan tan cara).

 

Cuatro años para armar un proyecto democrático para Buenos Aires.”

(Esta entrada fue publicada por Alejandro el miércoles 30 de Mayo de 2007 en el blog “La barbarie”)

 

Francamente, mis amigos, a mí nunca se me habría ocurrido como ideal el “acortar la distancia material – y menos aún la simbólica - entre ricos y pobres”, aunque al leerlo pueda apreciar – repito, sin ironía – los valores que expresa.

 

Mi formación es peronista, y, personalmente, he tenido más y menos guita que ahora. Por ambas razones, lo que se me ocurre que puede desear alguien que es pobre es tener más dinero. El ideal que se corresponde a esa percepción puede ser expresado con el sentimiento quizás simplista de Evita, cuando decía que quería que hubiera menos pobres, aunque para eso los ricos tuvieran que ser un poco menos ricos. O también puede definirse con el apolíneo racionalismo de Aristóteles, cuando advertía que la ciudad que permitiera demasiadas diferencias de riqueza entre sus ciudadanos cortejaba el desastre.

 

A mí, por lo menos, me es difícil plantearlo en términos de un espacio “realmente público”, “un ámbito donde todos pueden interactuar como iguales”. Supongo que eso tiene que ver con que no soy progre.

 

Abel Fernández


   

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