¿Una creencia posmoderna?

La reciente obra de Richard Rorty y Giovanni Vattimo, “El futuro de la religión”, se plantea la necesidad de una creencia en Dios políticamente correcta, de acuerdo con los valores de la secularización y el respeto de la diversidad. La alternativa parece ser: o privatización de la creencia en Dios (según Richard Rorty) o privatización de la verdad (según Gianni Vattimo). ¡Dios nos libre!

 

Rodrigo Frías Urrea - Filósofo

 

La 'muerte de Dios' fue proclamada hace ya más de un siglo con la esperanza de que su presencia fuera reemplazada por la figura de una humanidad libre y plenamente autorrealizada. Entre tanto, sin embargo, hemos aprendido que los ídolos que esa muerte trajo inmediatamente consigo -diversos, aunque coincidentes en el proyecto de hacer del hombre un dios para sí- resultaron peores que la enfermedad.
 
Nada tiene de extraño, en este sentido, que una parte importante de la actual filosofía -en especial aquella con mayor sensibilidad para las realidades históricas- vuelva a replantearse la significación de Dios en la vida de los hombres y, por lo mismo, la de la religión en las actuales sociedades multiculturales; claro que no con la intención de mostrar la verdad acerca de la naturaleza de Dios y sus atributos esenciales (cosa propia del discurso de la teodicea), sino, más bien, la de hacer visible en qué sentido la actual experiencia religiosa de Dios resulta posible y legítima tras el colapso de las categorías metafísicas de bien moral, naturaleza humana y verdad objetiva.
 
En otras palabras, lo que el pragmatismo de Rorty y la hermenéutica de Vattimo se proponen es 'pensar a Dios' después de la 'muerte de Dios' entendida como fin de la metafísica. Ambos parten, por lo mismo, de un supuesto común: que una vez superada la época del ateísmo militante (que no era otra cosa que autoritarismo intolerante), es legítimo que cada cual afirme la propia creencia en Dios; sólo que esa creencia -para no resultar incompatible con la democracia plurivalórica, típica de las sociedades occidentales más desarrolladas- debe ser tolerante con quienes ven las cosas de modo diverso (ya sea porque se declaran agnósticos, niegan la existencia de Dios o porque la afirman de un modo diverso a la propia). Es decir, debe darse como una creencia en Dios políticamente correcta, de acuerdo con los valores de la secularización y el respeto de la diversidad.
 
De ahí que para Rorty la religión dejaría de ser peligrosa para hacerse políticamente inobjetable sólo "en la medida que se privatice", es decir, "en la medida que las instituciones eclesiásticas no pretendan convocar a los fieles en pos de propuestas políticas y en la medida que tanto creyentes como no creyentes estén de acuerdo en seguir una política de vivir y dejar vivir" (p. 53). Pues si lo que se busca es la cooperación social, "la conjunción de la ciencia y el sentido común de nuestros días es todo lo que se necesita" (p. 61). Y que para Vattimo, en esta misma línea, la religión y la creencia en Dios serían legítimas (en particular en lo que se refiere al Dios cristiano) siempre y cuando se las liberara del concepto tradicional de verdad objetiva, con el que durante mucho tiempo se habría identificado la divinidad, pero que le sería esencialmente ajeno. Es decir, siempre y cuando sólo rigiera el principio de la caridad entendida como amor puro, sin ningún género de verdades (en especial aquellas de carácter moral) que se quisieran prescribir como constitutivas esenciales de toda forma legítima de vida buena. Pues la verdad que el cristianismo traería consigo, en su opinión, no sería otra que "la disolución del concepto mismo (metafísico) de la verdad" (p. 76).
 
Resulta natural, en este sentido, que ambos se pronuncien a favor de la construcción de una sociedad globalizada, plenamente pacificada e igualitaria y libre de toda forma de conflicto y dominio de unos sobre otros. Es decir, como afirma Rorty, una sociedad en la que el amor sea, con mucho, "la única ley" (p. 63). Y ello, pese a que cada uno de estos filósofos ubica en el centro de este proyecto social elementos distintos. Pues la solución de Rorty (un poco en la línea de lo sugerido por Wittgenstein y Habermas) consiste en la desactivación política de la religión mediante su privatización, de modo que la creencia en Dios y la adhesión a una determinada religión no suponga ninguna injerencia, de estas mismas creencias, en la esfera de la discusión pública sobre temas de interés común; y la de Vattimo, en cambio, consiste en una desactivación política de la esfera pública privatizando toda verdad (en una peculiar proyección de lo pensado por Nietzsche y Heidegger). En este sentido, Rorty y Vattimo -más allá de ciertas diferencias de detalle en sus planteamientos- en general parecen moverse en la esfera de influencia del liberalismo moderno (aunque radicalizado, en sus aspectos centrales, por influencia del pensamiento posmetafísico) según el cual lo correcto es que el Estado sea moralmente neutro -es decir, donde no haya ningún género de verdad oficial, ni religiosa ni moral, que se deba universalizar- a fin de que cada cual pueda desarrollar libremente sus propios modos de entender los contenidos mínimos de una vida buena (incluyendo sus propias ideas acerca de Dios y de lo que él querría de los hombres).
 
La alternativa parece ser, por lo mismo, o privatización de la creencia en Dios (Rorty) o privatización de la verdad (Vattimo). No sé, sin embargo, cuál de las dos será posible (dado el carácter naturalmente expansivo de ideas como las de 'Dios' y 'verdad') ni, sobre todo, si son deseables los efectos que se desprenden de este proceso privatizador de importantes esferas de la vida del hombre. Después de todo, una vida pública despolitizada como la propuesta por Vattimo (es decir, desprovista de todo conflicto que no sea simple discusión verbal o competencia económica) puede resultar cómoda y segura pero radicalmente anodina y autodestructiva; así como un Dios políticamente inactivo puede resultar alienante -tal como nos lo recuerda recientemente la teología de la liberación- por tratarse, en realidad, o de un ídolo (un dios privado) o de un Dios puramente formal (es decir, un Dios muerto) del que sólo se conservan las apariencias, rituales y pompas.
 
En este sentido, creo que las razones dadas por Rorty y Vattimo en defensa de lo que podríamos llamar su esteticismo político-teológico no resultan plenamente convincentes. Sí es seguro, en cambio, que se trata de propuestas inteligentes que, dada la amplia difusión de la que gozan, es imprescindible tener presente.

 

 

Publicado en El Mercurio, Santiago de Chile, 27 de mayo de 2007


   

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