Una reflexión para hoy
Abel Fernández
Una chica de 25 años se pasea en bikini ante un grupo de presidentes y las fotos
recorren el planeta. La reacción de los medios era totalmente previsible (y
formaba parte necesaria de la maniobra, por supuesto). Lo que dijeron y dirán
del asunto presidentes, ecologistas y opinólogos asimismo es previsible, y
trivial. Lo curioso es que las reacciones de gente independiente y criteriosa,
como, por ejemplo, los lectores de esta página, también parece automática.
Me explico: La gran mayoría de mis amigos y conocidos tiende a ser, como yo,
partidarios de la afirmación de los intereses nacionales (lo que solía llamarse
patriotas) entre los que incluyen el desarrollo industrial. También muchos de
ellos comparten la creencia que esos intereses nacionales de Argentina son
compatibles con los de sus vecinos; que, más aún, nuestro país tiene chance de
alcanzar y defender sus intereses solamente en el marco de una alianza sólida de
los países del Cono Sur, eventualmente, de lo que hoy se denomina América Latina
(y, que, en tiempos más románticos, le llamaban la Patria Grande).
Entonces, es natural que buena parte de los mensajes que recibí en estos días
tiene un tono común de crítica y fastidio con la maniobra y lo que ella expresa;
por encima de todo, con el hecho que lo que podría haber sido una instancia de
una postura común de los países latinoamericanos ante la Unión Europea se
transformó en una expresión más de nuestras desavenencias (de las que el paseo
de la Reina del Carnaval de Gualeguaychú fue una muestra muy menor pero
llamativa). Es válido, pero miope. Actualmente es imposible plantear una
política industrial o una política internacional – íntimamente relacionadas, por
lo demás – que no tome en cuenta el aspecto ambiental.
No importa si personalmente al dirigente le encanta el perfume del aceite
quemado; las políticas eficaces son las que toman en cuenta a las mayorías que
pesan. Y hoy pesan decisivamente en este tema las clases medias de los países
desarrollados y, sobre todo, los jóvenes, para quienes la defensa de la ecología
es un valor fundamental. En el mundo actual, sólo el nacionalismo y – en algunas
sociedades – la religión son más fuertes en movilizar voluntades.
Por eso, los que denuncian a Greenpeace como, entre otras cosas, un instrumento
de la cancillería inglesa equivocan el centro de la cuestión. Deberían tener
presente un ejemplo de la historia argentina reciente: Cuando Far y Montoneros
irrumpen en la escena política argentina, sus oponentes, y quienes eran
peronistas desde antes, los acusaron de estar instrumentados por los servicios
de Onganía, sectores de la Iglesia y/o el comunismo cubano. Irrelevante. Lo que
importó fue que su consigna de lucha armada y heroísmo personal deslumbró en
algún momento a una clara mayoría de los jóvenes politizados. La tragedia
argentina fue que ni dentro ni fuera del peronismo se levantaron banderas
capaces de rivalizar en la atracción de la juventud.
Por eso, mi opinión es que una tarea a no descuidar para los que se interesan en
serio por una política industrial argentina o un replanteo más realista del
MERCOSUR es la de elaborar propuestas ambientales que respondan a las
necesidades de la sociedad (no hay que mirar más lejos que el Riachuelo y el
Reconquista para ver ejemplos) y también convoquen la participación y los
entusiasmos de hombres y mujeres jóvenes. Aprendamos, por ejemplo, del
cristianismo que - terminante en considerar al hombre como la cúspide de la
Creación, para quien los demás seres vivos están a su servicio - tiene en San
Francisco de Asís una figura admirable del espíritu ecológico en el plano más
sublime.
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