Ignacio Fidanza - 27 de febrero de 2007
La política es
un arte que es todo ejecución, dijo alguien que de esto sabía. El error
sería creer que esto implica estar pendiente de las últimas noticias o las
últimas encuestas. Para demostrar lo contrario, me basta señalar que los dos
análisis más realistas que he encontrado sobre lo que está pasando en este
año electoral han sido escritos hace más de dos meses. Uno es una nota de
Ignacio Fidanza en el excelente LA
POLÍTICA Online. Otro, modestia aparte, pienso que es una respuesta que remití,
casualmente, por las mismas fechas (ver Porqué el
post-kirchnerismo no nace en el país)
Mauricio Macri demostró finalmente que es un hombre con sentido común e
hizo lo que tenía que hacer: postularse a jefe de Gobierno. Para el diván
del psicólogo o el asado con amigos, quedarán los lamentos por los valiosos
meses desperdiciados en una duda sin sentido.
La decisión venía cantada por dos motivos: su bisoño y todavía gaseoso
partido necesita como el aire un aparato de gobierno para ubicar gente y
obtener recursos indispensables para la construcción política; la
Presidencia de la Nación, todavía le queda grande, necesita pasar la prueba
de fuego de una gestión ejecutiva.
Macri puede ganar o perder la Ciudad, así es la vida, pero el proyecto que
ha decidido encarar es un plan serio, no una aventura alocada ni una apuesta
al golpe de la fortuna. Y tan serio es que el propio Kirchner se encargó con
una encantadora sinceridad de revelar el odio que le causó perder el
sparring ideal que había imaginado para las presidenciales de octubre.
Con esta elección Macri despejó además los fantasmas de un acuerdo con el
gobierno nacional para dividir la oposición -pese a que lo niegue hubo
conversaciones con la Casa Rosada y no hay que ser muy sagaz para encontrar
bastante despecho en la bronca presidencial con el titular de Boca Juniors-.
El próximo paso lógico ahora sería rechazar la candidatura de Ricardo López
Murphy y acordar con Roberto Lavagna, y este último tendría a su vez que
aceptar la postulación a gobernador de Juan Carlos Blumberg. No se trata de
amistades, ni lealtades, ni gustos personales, se trata de construir una
oposición fuerte que dispute el poder.
Sería ese el mejor servicio que este puñado de hombres podría brindar al
sistema político argentino, que luego del 2001 quedó claramente
desequilibrado. Es tan simple como ponerle manteca a una tostada: toda
democracia moderna requiere al menos dos partidos con chances de acceder al
poder para atemperar las tendencias hegemónicas naturales en los hombres que
buscan el poder.
Si Kirchner se sueña como estadista y quisiera hacer honor a su habitual
prédica en favor de la "normalización" de la Argentina, debería ser el
primer interesado en la conformación de un polo opositor serio. Si no sólo
los intereses venales lo guiaran, vería que en definitiva sería el primer
legitimado. Sumaría al éxito del despegue económico, la reconstrucción del
sistema político.
Jorge Telerman ahora si deberá demostrar si tiene lo necesario para acceder
por los votos al cargo que hoy ostenta. Ya no se trata de esa parodia de
pelea que le planteaba el vuelo bajo de Alberto Fernández con Daniel Filmus.
Ahora tiene un rival nítido, con historia en la Ciudad y primero en la
consideración popular.
Las encuestas, si hacemos un esfuerzo sobrehumano y les damos cierto
crédito, dicen que Macri está complicado para la segunda vuelta. Pero en una
sociedad con rasgos de histeria como la porteña, tal vez el largo coqueteo
que realizó le termine sumando, como esas chicas difíciles que cuanto más se
niegan más lindas parecen.
Sin embargo, tal vez lo más interesante de la próxima elección no es quien
gane sino la enorme significación de estos comicios, que trasciende a los
protagonistas. La Ciudad suele anticipar tendencias nacionales. Allí explotó
primero el Frepaso y De la Rúa, allí también Menem conoció el rechazo
profundo.
Los contendientes de junio expresan a su manera dos tendencias que intentan
erigirse en superadoras del kirchnerismo. Los porteños tendrán así la
oportunidad de votar no sólo un jefe de Gobierno, sino el sentido político
de la generación que intenta erigirse en relevo del kirchnerismo.
Las propuestas son obvias: Macri la centroderecha capitalista aggiornada, y
con intenciones de eficiencia, que asumió cierto rol social para el Estado
-al menos de palabra-; y Telerman la centroizquierda "con gestión", abierta
al diálogo y sin esa pátina de corrupción y autoritarismo que persigue al
gobierno nacional, es decir kirchnerismo sin Kirchner.
No por nada, en los campamentos de Telerman y Macri saben que el 3 de junio
compiten por la jefatura de Gobierno, pero es el 2011 lo que está en juego.
El poder, lo que de verdad importa, en la Argentina siempre fue la
Presidencia, el resto -aunque lo nieguen- es apenas el camino.
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