Qué hacer en Buenos Aires

Abel Fernández – 21/6/07
 


Aquí termino – eso espero – con la serie que subí a “El hijo de Reco” sobre las elecciones porteñas. Una sobredosis de política electoral, a lo mejor. Pero… es el mecanismo que decide quién va a tener una herramienta de poder considerable: el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y, más importante, al votar los porteños el 3 de junio y este domingo estamos contribuyendo a definir lo que puede ser el enfrentamiento central de la política argentina en los próximos años.

 

Desde hace tres siglos, desde Hernandarias al libre comercio, desde el peronismo al Frepaso, los liderazgos, las ideas o las luchas que se ensayan en Buenos Aires se extienden e influyen – para bien o para mal – en estas provincias del Sur.

 

Bueno, basta de justificaciones. Paso a precisar para quién estoy escribiendo. Esta nota no se dirige a la gente en general o – como se decía antes – al pueblo. No creo que tantos me lean en Internet, ni estoy en el trabajo de convencerlos que voten a Filmus o a Macri. Ya hay publicistas y operadores rentados trabajando en eso. Tampoco, debo avisarles, escribo para la minoría politizada que espera que le diga qué malvado y corrupto es el lado que no les gusta. Los que necesiten que se les repita lo que piensan, les propongo que dejen de leer aquí.

 

Este enfoque que tomo merece ahondarse un poco. Los que hicimos alguna vez política no necesitamos que Schmidt o Laclau nos señalen lo fundamental que es contar con un enemigo visible para unir voluntades y motivarlas. Y ciertamente no voy a ser yo el que diga que no hay liderazgos o proyectos que deban ser enfrentados. Está claro que este domingo con el voto se contribuye a consolidar el poder de Kirchner – ya no tan vigoroso como aparecía hace algunos meses – o se afirma la opción Macri. Y también está claro que el que lee esto ya decidió a quién votar, o - lo que es lo mismo – a quién no votar.

 

Mi intención es hablar – si tengo suerte, acercar ideas – a aquellos que están dispuestos a pensar en el paso previo a optar por un proyecto político determinado, a esforzarse por su triunfo, a militar en una causa (si es que queda alguien que piensa en esos términos). El paso previo, por supuesto, es construir un proyecto, una opción. Eso es lo que se supone que hacen – para usar otra expresión anticuada – los “cuadros” políticos.

 

Aunque todavía la usan algunos como elogio – “Fulano o Fulana es un cuadro” – la expresión ha quedado anticuada por buenas razones. Los que en alguna otra década fuimos cuadros y seguimos vinculados a la política nos hemos reciclado en funcionarios o asesores – por supuesto, rentados. Los jóvenes que comienzan a participar en política – ya sea por sentimiento, ambición o ambas cosas – tienen que tomar en cuenta que es una salida laboral, con los condicionamientos de todo trabajo en relación de dependencia.

 

Esto no es fruto de la decadencia moral de algunos individuos. Es una característica que forzosamente adquiere la política democrática en una sociedad de masas. Tiene  su origen en Argentina en los empleos públicos y favores que distribuían conservadores y radicales a comienzos del siglo pasado. Tomó su forma actual y se universalizó en los ´80, cuando los políticos de todos los partidos y sectores seguimos el sendero luminoso del Coti Nosiglia.

 

Que tomar ese camino haya sido en buena parte inevitable no significa que no estuvo acompañado por corrupción. En los individuos, fue – es - la tentación del dinero fácil, los autos caros y las mujeres más caras. En la clase política – y aquí está bien empleado el término – su corrupción fue más sutil al ser colectiva: la necesidad de rentar a hombres y mujeres que dedicaran su tiempo y su energía a la política, y solventar la propaganda y los locales predominó sobre los motivos declamados del accionar político, sean ideales de “izquierda” o de “derecha”.

 

Por supuesto, se ha pagado un precio por ello. El descrédito de los partidos políticos entre nosotros, la falta de participación en los sectores medios y la actitud utilitaria de los pobres y excluidos se origina en que entienden perfectamente bien esto de lo que estoy hablando. Hay otro precio, menos obvio: está detrás de la queja que uno escucha en todos lados que la política hoy es “mediática”, que la televisión es reina.

 

También es una consecuencia inevitable del desgaste de la política tradicional. Salvo en los partidos muy pequeños y fuertemente ideologizados – donde el control de los recursos igual es decisivo, o pregúntenle al banquero del Partido Comunista – el votante no se decide por las viejas siglas partidarias o los programas que nadie lee. Ni siquiera el peronismo garantiza el triunfo con su nombre, o pregúntenle a Duhalde. Se necesitan figuras, personajes que inspiren confianza, o una pequeña cuota de esperanza, al que va a votarlo. Como no abundan ni la confianza ni la esperanza, casi igualmente necesario es tener enfrente – como dije antes – un adversario demonizable.

 

La TV y los diarios no son todo. Son imprescindibles los militantes que organicen el esfuerzo y los fiscales que controlen la elección. Para la política convencional, estar presente en los medios y mantener aparatos requiere de recursos. No es extraño entonces que, ahora que los sindicatos ya no tienen el poder económico relativo que supieron tener en una Argentina más modesta, se piense que una fuerza política que defienda intereses populares – que no cuente con el apoyo de empresas muy poderosas o usinas internacionales – sólo puede armarse si tiene el manejo de alguna parte del Estado, nacional, provincial o municipal. Por algo mi amigo Julio Bárbaro dice que hoy los militantes son los funcionarios.

 

Y sin embargo, quiero demostrar que la sabiduría convencional está equivocada. Lo demuestra la existencia en esta ciudad y en toda la Argentina de miles de “militantes sociales”, que en su mayoría desde una historia en la izquierda o en el peronismo, o desde su práctica en organizaciones católicas han aprendido a construir confianza y sumar voluntades. Y en la misma política, hay tres ejemplos, en tres décadas distintas, que dan un rotundo mentís al cansado cinismo que ve en el manejo de los recursos la única clave de la construcción del poder.

 

En los ´80, una parte de los sobrevivientes de la represión de la década anterior – en lugar de reclamar a la sociedad que los indemnizara como víctimas, para lo que en ese momento no había demasiado eco – se esforzaron en construir en torno a la figura del viejo Oscar Alende una opción popular, no dogmática, de izquierda tradicional, diferenciada del peronismo y la U.C.R: el Partido Intransigente. No perduró, no alcanzó posiciones de poder importantes. Creo que no trajo nuevas ideas. Pero mostraron que podía construirse un partido nacional, con muchos votos, por fuera de los aparatos establecidos.

 

En los ’90, contra Menem y casi como reacción a su estilo árabe de manejar el poder, Chacho Álvarez – un dirigente peronista joven  de la Capital - organiza primero el Frente Grande y luego el Frepaso. Su trayectoria posterior, sus errores, pueden hacer olvidar su rol en la construcción de una identidad política nueva: el progresismo. Sabiendo que el peronismo no tiene lugar para los disidentes, fue a hacer política con los sectores medios de la sociedad, de los que él y sus amigos en última instancia procedían. Y arrebató a Alfonsín – el padre real de ese modelo ideológico, pero condicionado por su estilo radical de ejercer la política – el liderazgo del espacio.

 

Su fuerza llegó más lejos que ningún otro proyecto político nacido fuera del calor del poder en la Argentina moderna (porque el peronismo fue creado desde el Estado, y el radicalismo la antecede). Unido a la U.C.R. en la Alianza, le propina al Partido Justicialista su segunda derrota electoral nacional en toda su historia y llega al gobierno. Sus limitaciones – y su mal diagnóstico sobre la experiencia menemista, que creyó inmoral pero exitosa – le impidieron ejercerlo. Es una de las cosas más duras que pueden decirse de un político, que no es capaz de usar aquello por lo que lucha. Pero no echa sombras sobre el extraordinario trabajo de construcción política que llevó a cabo en menos de ocho años. Sin olvidar que una parte no menor de la coalición que apoya a Kirchner, tiene su origen en el proyecto del Chacho.

 

La última experiencia que quiero mencionar es tan reciente, que todavía está en marcha. Cuando el fracaso de la Alianza empieza a hacerse patente, una de sus dirigentes menores, Lilita Carrió, empieza a construir una nueva opción: el A.R.I., rompiendo deliberadamente todos los esquemas de los políticos convencionales. Sin aportes empresarios ni sindicales, sin hacer alianzas con punteros, casi sin abrir locales en la ciudad, y con un discurso entre intelectual y místico a años luz de los clichés de la política argentina, se transforma en menos de tres años en una fuerza importante en la Capital, establece presencia en la mayoría de las provincias, y convierte a su jefa en uno de los cinco candidatos a Presidente más votados - no demasiado lejos del primero, que fue ¿lo recordamos? Menem - en el 2003.

 

Debo confesar que fui uno de los que nunca tomó en serio la propuesta Carrió, simplemente porque nunca pude saber qué política iba a llevar adelante si conseguía el gobierno, más allá de reemplazar a dirigentes corruptos por una conductora cuyo fervor religioso y nivel intelectual “garantizaban” su corrección. Pero ese es el realismo o el cinismo de un político veterano. El A.R.I. incorporó, como ninguna otra fuerza en estos años, militantes jóvenes e idealistas. Si hoy ya no lo hace, todavía existe y se expresa. Y aún puede dar una sorpresa este domingo, en Tierra del Fuego.

 

Precisamente, el A.R.I. en Tierra del Fuego es un buen ejemplo de la dinámica que estoy tratando de mostrar. Sin identificación ideológica especial con Lilita, la mayoría de sus dirigentes viene del socialismo. Y encontraron en el nuevo partido una forma más eficaz de llegar a los votantes, sin comprometerse con los aparatos que rechazaban.

 

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Espero haber demostrado que en Argentina se puede hacer política y construir poder por fuera de los aparatos. Pero me falta lo único que da seriedad a la política: decir para qué pienso que se debe ejercerla. Y qué tienen qué ver estas elecciones porteñas.

 

Hace más de un año, después que el Presidente tuvo su acto en Plaza de Mayo, escribí en “El hijo de Reco” Una oposición para Kirchner, donde terminaba afirmando “En estos días, donde en apariencia no pasa nada, está ocurriendo el fenómeno más interesante de la política: la definición del enfrentamiento central de una sociedad”. Y después del 3 de junio me pareció que el enfrentamiento decisivo, el que iba a trazar las líneas de la incorporación de las nuevas generaciones a la política, había una muy fuerte probabilidad que se dé – en el discurso - entre una centroderecha capitalista aggiornada, con intenciones de eficiencia, que admite un rol social para el Estado, por un lado, y un desarrollismo industrialista, proteccionista en lo económico, cuya bandera ideológica son los derechos humanos y sus valores son los de un progresismo laico.

 

Considerando nuestra historia reciente, no son malas alternativas... en el discurso. Pero no me convencen como opciones excluyentes para el pueblo argentino.

 

No me siento impulsado a demonizar a Mauricio Macri. Las empresas de su grupo familiar – que él dirigió - se han manejado en el estilo inescrupuloso del capitalismo prebendario habitual en nuestro país. (El viejo Jauretche tenía una frase que quedó en mi memoria “Porque en los otros países los empresarios atan a los perros con salchichas”). No creo que sea más corrupto el empresario que soborna que el político que es sobornado. Y no veo en marcha una depuración de nuestros políticos.

 

Finalmente, no se me ocurre que alguien que quiere ser presidente vaya a hacer deliberadamente una gestión desastrosa en la Capital. Es más, no me asombraría que haga la gran Sarkozy y coloque figuras progres a administrar la cultura y los programas sociales.

 

Mi objeción de fondo a Macri es como referente de un proyecto político para la Nación. No planteó en esta campaña, ni lo hizo antes, un proyecto capitalista, aggiornado o no. Promete gestión eficiente, calles limpias y seguridad. No estoy entre los que ven las hordas fascistas detrás de esas consignas; honestamente, creo que deberían ser requisitos necesarios para cualquier gobierno. Pero eso es lo que siempre han pedido los hombres y mujeres que votan a la lamentable centro derecha argentina. No piden justicia social – lo que puede ser miope pero entendible – pero tampoco exigen crecimiento industrial, un capitalismo competitivo, desarrollo tecnológico y científico. No lo hicieron cuando, con el partido militar o hasta cierto punto con Menem, tuvieron gobiernos que escuchaban su voz. Quieren parecer europeos, pero no construyen las bases necesarias para serlo.

 

No vi hasta ahora otras expresiones políticas con un rol importante en su proyecto. Le acompañan ex jóvenes brillantes, ahora entrando en la mediana edad, que creen en la eficiencia y en la técnica, y no parecen preguntarse para qué. Tiene colaboradores progresistas, simpáticos y seguramente necesarios, pero si uno recuerda que un componente muy grande de su voto es la bronca con las ineficientes administraciones progres de Buenos Aires en los últimos once años... Muchos peronistas apuestan a Macri, pero parece parte de la profesionalización de la política a que aludí antes (y otro factor detectable en muchos votantes de Macri es un gorilismo tradicional, que, como digo a menudo, los peronistas hemos hecho mucho por revivir).

 

Mi preocupación entonces es que las ideas centrales de su proyecto sean las de López Murphy, no por la influencia que éste tenga, sino por la ausencia de otras. Entiéndame, creo que López Murphy es un dirigente honesto, con una buena formación intelectual. Y eso es lo que lo hace peligroso, pues está sinceramente convencido de una ortodoxia económica que una y otra vez ha tenido consecuencias desastrosas. El caso emblemático no es ninguno del Tercer Mundo, sino Japón, que pagó con 15 años de estancamiento económico la receta convencional de revaluar su moneda y aumentar las tasas de interés. Apostar a la apertura, la inversión externa y el crédito internacional en 1989, cuando casi todos los países lo hacían podía defenderse; hoy simplemente reflejaría la ausencia de una clase empresaria con un proyecto capitalista.

 

La alternativa Kirchner, no potencial como Macri, sino visible y conocida, tampoco es satisfactoria. También aquí quiero que me entiendan; como a muchos hombres formados en el peronismo, el estilo del Presidente me irrita. Como argentino consciente, pienso que su manejo del poder, desarrollado en una provincia con pocos habitantes, no demasiado diferente en esencia del de un Menem o un Rodríguez Saá, no es el que mejor conviene a la República Argentina. Pero esos no son elementos decisivos en mi juicio.

 

Lo que creo central en la evaluación del gobierno K es apreciar que lleva adelante y hace factible un determinado modelo de desarrollo, o – en lenguaje técnico - un esquema macroeconómico cuyos componentes fundamentales son consistentes entre sí. Dos de esos componentes son clave para distinguirlo:

 

Cualquier economista puede señalar otros factores importantes presentes en el esquema actual, pero estos dos bastan para diferenciar este modelo en la experiencia argentina de los últimos cincuenta años.

 

Hoy puedo destacar tres aspectos del modelo, siempre en el plano de lo evidente:

 

 

 

 

La política, como la guerra a que Clausewitz la comparaba, no es dibujar esquemas ideales en un mapa. Es enfrentar los problemas que existen con las herramientas que se tienen. Lo más grave del sistema político económico vigente no son sus fallas y obvias injusticias, son sus debilidades, que ahora empiezan a mostrarse.

 

La inflación estructural; un sistema de subsidios caro e ineficiente, que no es necesariamente impracticable en el largo plazo pero requeriría de un Estado mucho más eficiente y algo menos corrupto que el que tenemos; la ausencia de una planificación seria, no sometida a las necesidades electorales del momento... Son los témpanos en la ruta del Titanic kirchnerista; hasta ahora el capitán no ha chocado el barco, pero... Hay algo más preocupante, y en la metáfora de la nave se puede comparar a una vía de agua en el casco, pequeña pero que ya existe. Es la paulatina erosión de la confianza de la gente, de la que las cifras de la elección porteña son una muestra.

 

Tengamos claro también esto. La Capital es un extremo del país real, en su nivel económico y en su clima político. Pero no está aislada; toda la primera parte de este artículo estuvo destinada a mostrar cómo lo que aquí pasaba terminaba influyendo en todo el país.

 

El esquema económico – por su naturaleza – es menos proclive a un derrumbe repentino que el implantado por Menem, que terminó dependiendo del continuado ingreso de fondos externos. Pero su deterioro sería un golpe muy grave para los argentinos, que venimos de experiencias muy amargas.

 

Y el esquema político... En lo inmediato, consiste en el manejo férreo del poder y los recursos del Estado central. Pero su estructura política, además de los cuadros del Frepaso y de los organismos de derechos humanos, importantes en la imagen pero que no garantizan demasiado control social ni eficiencia, descansa en los aparatos provinciales del justicialismo y del radicalismo que gobierna. Ellos apoyarán a Kirchner, mientras él tenga los votos. Si aparece que pueden empezar a faltarle, estarán en la oposición antes que Alberto Fernández pueda terminar su café.

 

Por todo ello es que quiero convencerlos de la posibilidad y la necesidad de construir nuevas opciones políticas. Por eso tomé un título clásico en la literatura política, y le agregué “en Buenos Aires”. Porque la política siempre tiene una dimensión local, o es un ejercicio de intelectuales.

 

Yo sé los valores que me gustaría ayudar que la nueva propuesta exprese. Creo conocer los métodos y discursos que no son viables. Corresponde que los mencione, brevemente y sin esforzarme en ser original:

 

El proyecto de una Argentina que defienda sus recursos, su identidad y su futuro, sin complejos frente al mundo. Y que no tenga complejos porque estará construyendo una base industrial moderna, con sus propios aportes tecnológicos. Que entienda al campo como una industria más, la más importante hoy para el país, pero a la que le exija la salvaguardia del medio ambiente y la salud humana, como a todas las otras industrias.

Que sepa que en este siglo y en este mundo no podrá defenderse sola, si no cuenta con alianzas sólidas con los países de Latinoamérica, donde no es la más fuerte pero su peso no es insignificante.

Que comprenda que sus recursos más importantes están en su gente, así como su identidad y su futuro. Y que debe – más allá de los elogios rutinarios a la calidad de nuestro pueblo – defenderlos en lo físico con la salud y la alimentación, en lo intelectual con educación humanista y técnica, y en lo moral con una cultura que afirme la vida.

Que asuma que el espacio común en que pueden interactuar como iguales ricos y pobres, para usar un tópico progresista con el que alguna vez ironicé, debe ser la Nación. Y que el único mecanismo de integración eficaz que se conoce es el trabajo digno, bien remunerado.

 

También creo conocer, como dije, cómo una propuesta nueva no podrá presentarse. Como peronista, me gustaría que incorporara sus valores (los he metido en la lista de arriba). Pero no creo que sea posible que se defina como tal. Nuestra historia es demasiado larga, en lo bueno y en lo malo, y la limitaría demasiado.

 

Podrá parecer curioso, con las críticas que he hecho, pero no puede dejar de lado algunos de los valores auténticos del progresismo, como la tolerancia, y la aceptación de una cierta relatividad moral. También para bien y para mal, se han incorporado desde los ´90 en los sectores medios, mayoritarios, de la sociedad argentina y una propuesta política que los enfrente se condenará a ser minoría.

 

Pero estos son opiniones personales. Lo que la historia nos dice – con la voz desagradable de siempre – es que los que decidirán sobre las nuevas opciones son los hombres y mujeres jóvenes que las impulsen.

 


   

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