El fantasma de la “ciberguerra”

 

Jorge Zaccagnini


Mi amigo Jorge Zaccagnini, que – entre muchas otras cosas – ha sido Subsecretario de Sistemas de Información de la Ciudad de Buenos Aires, y sigue siendo un activo participante y analista del mundo digital (ver El arma es la Red y los políticos vejetes no cachan lo que pasa, de junio ´06) escribió hace pocas semanas este artículo. Me pareció interesante reproducirlo aquí, no tanto por su mirada escéptica sobre la “Cyber-warfare”, tema que puede seguirse en los sitios especializados, como su advertencia oportuna sobre los proyectos para controlar Internet. Pensándolo bien, esos proyectos son una manifestación de la “ciberguerra cultural”, que será uno de los temas de este siglo XXI.

 

En el 2007 la prensa internacional puso el tema sobre el tapete. El diario inglés The Guardian (www.guardian.co.uk) informaba que Rusia llevaba tres semanas atacando masivamente a todos los sistemas Informáticos de un pequeño país báltico: Estonia. Esta ex república soviética (formó parte de la URSS hasta su disolución) conmovió al mundo político internacional cuando denunció que los ataques informáticos que sufrieron durante dos semanas, eran enviados desde Rusia. Por boca de su primer ministro, Andrus Ansip, se pudo saber que todo el aparato del Estado (incluidas las Fuerzas Armadas), los bancos, la Policía y hasta los dos diarios principales, habían quedado sin conexión.

 

A pesar de lo novedoso del formato del ciberataque, nadie lo consideró una cuestión menor. Rusia parecía haber inaugurado una práctica militar, ya ensayada durante años en los laboratorios de defensa de todas las grandes potencias. La OTAN declaró que el ataque en perjuicio de Estonia “afecta al núcleo de la forma de operar de la Alianza”. Y la afirmación instaló en el lenguaje político un concepto que hasta ese momento había sido patrimonio de intelectuales y aficionados a la prospectiva: la ¨ciberguerra¨.

Sin embargo, la crisis deparó una segunda sorpresa. Un análisis más profundo de esos ataques, realizado —entre otros- por expertos de la propia OTAN, determinó que los mismos tuvieron orígenes en países tan diversos como Canadá, Vietnam, Brasil e incluso en los mismísimos Estados Unidos. Así, la ciberguerra entre Rusia y Estonia se enredaba en una madeja mucho más compleja y quedaba instalada entre los pliegues mucho menos definidos del poder global. “Somos todos vulnerables”, afirmó el presidente estadounidense Bush, al referirse al ataque sufrido por Estonia.

 

Algunos grandes medios de comunicación, sin embargo, comenzaron a definir a la “ciberguerra” como “la nueva amenaza que tiene en vilo a Occidente”. Y, por supuesto, en Argentina nos hicimos eco. En un artículo publicado en La Nación el 23 de julio de 2007, su autora Luisa Corradini cita a expertos (a los que no identifica) para presentar como amenaza a los grupos antiglobalizadores, que “piratean sitios institucionales o de empresas”. El aserto es temerario y peligroso, habida cuenta que – como se ha visto en el papelón de la acusación estonia a Rusia - resulta tan difícil precisar el origen cierto de los ataques, como identificar a los responsables y - más aún - deducir sus verdaderas intenciones.

 

Junto al Ántrax y a Bin Laden, la ciberguerra ocupa y preocupa a los organismos encargados de preservar al mundo global. Pero también se ha convertido en una fuente de argumentos para quienes piden el control de Internet y la intervención de los mensajes de correo electrónico. En un contexto que facilita acusar agresores cambiantes (que terminan siendo anónimos), el fantasma de la ciberguerra puede terminar por ser agitado precisamente por quienes carecen de las condiciones éticas necesarias para erigirse en censores y jueces del espíritu libertario de Internet. Ese espíritu - al fin y al cabo - es el que ha dado origen a la más grande y democrática comunidad de personas e instituciones de la historia.

 

 

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