Kirchner – Peronismo – Violencia (2)

A propósito de San Vicente
 

Ahora, el planteo político llano y comprometido. Horacio Verbitsky, del que nunca deja de recordarse su pertenencia a Montoneros en los ´70, hoy es el dirigente de una organización clave de derechos humanos; esto es, de una de las estructuras que en el último cuarto de siglo, a partir de la presidencia de Jimmy Carter y el tratado de Helsinki, han tenido un rol en las políticas nacionales y en la internacional más importante que el de los viejos partidos políticos. Y como tal, y como columnista estrella de Página 12, habla como un oficial de estado mayor que analizara estrategias, quizá con algo de impaciencia por la falta de habilidad de los comandantes en el campo

 

Claves para entender la batahola de San Vicente

 

Horacio Verbitsky

La batahola de San Vicente forma parte de la renovada pugna de las debilitadas estructuras justicialistas por recuperar porciones de poder y pone de relieve la insuficiencia de las fuerzas propias con que cuenta el presidente Néstor Kirchner para llevar a cabo su declarado propósito de renovación de la política y el modelo de sociedad. En 2005, mientras analizaba si renovar o no el acuerdo electoral con el ex senador Eduardo Duhalde, Kirchner sopesaba dos riesgos simétricos: contaminarse por la proximidad o ser desestabilizado por la ruptura. Pese a su contundente victoria esa disyuntiva sigue en vigencia ahora, aunque ya no con Duhalde sino con sus sobrevivientes... Porque luego de derrotarlos, Kirchner les abrió la puerta. Antes y sobre todo después del escrutinio, consiguió por convicción o conveniencia muchas deserciones del aparato duhaldista, lo cual agrandó los dilemas previos. ¿Es creíble la renovación con los Quindimil y los Mussi? ¿Es estable un gobierno que confronte con ellos? Se trata de una cuestión de sintonía fina, que Kirchner debe ajustar cada día con tanta cautela como decisión, para no caer en la amoralidad de Menem ni en la irresponsabilidad de Chacho Álvarez.

Pese a la exitosa creación por los medios de la imagen de un poder hiperconcentrado que amenaza la democracia, el proyecto político del gobierno no puede disimular su debilidad. Esto explica el apoyo a candidatos como Carlos Rovira, Felipe Solá o Daniel Scioli, que han acompañado con entusiasmo modelos antagónicos al que propone Kirchner. El tiempo dirá si tienen la fuerza electoral que se les atribuye, pero no es preciso esperar ni un día para saber que agravan su riesgo de perder su perfil. Lo mismo ocurre con sus alianzas sindicales, que mostraron sus armas en San Vicente. Mientras la política del presidente sigue gozando de un alto índice de aprobación social, el kirchnerismo propiamente dicho (llámese Frente Transversal, Compromiso K, Libres del Sur o Movimiento Evita) se muestra en estado apenas embrionario. A esa altura de su primera presidencia Juan D. Perón ya había disuelto el Partido Único de la Revolución Nacional y lo había sustituido por el Partido Peronista, organizado en tres ramas.

El desfasaje entre Kirchner y sus fuerzas propias y la simultánea impotencia en que se debaten las demás organizaciones políticas estalla en esporádicas reyertas. Cada uno las procesa con sus métodos característicos: la fractura y el debate interminable entre la UCRK y la UCRL; el alejamiento masivo de dirigentes del ARI; las incursiones políticas del presidente de la Conferencia Episcopal, que merecieron la condena papal; la exasperación militante de la izquierda extraparlamentaria a pesar suyo, que llega a recriminar al gobierno por la desaparición del testigo Jorge Julio López; las amenazas y el chantaje de la derecha prodictatorial que intenta detener el avance de los juicios; el tono indignado del bienpensantismo porteño que salpica en cataratas de tinta sobre la falta de libertad de prensa; la patoteada a la dirigencia ultra del Hospital Francés por los barrabravas del interventor y, por último, el vistoso picnic gremial del 17 de octubre, amenizado con los palos del Pata Medina y la Mini Thunder de Madonna Quiroz.

Si las elecciones de octubre de 2005 trazaron una raya divisoria, la debilidad de las fuerzas propias de Kirchner hizo que las aguas volvieran a mezclarse y los nuevos alineamientos se entrecruzaran con las viejas rencillas. … Moyano fue electo secretario general de la CGT el 5 de julio de 2005 y desarrolló una novedosa sintonía con Kirchner. … Los desplazados de la CGT esperaron su oportunidad. La eyaculación política precoz de Lavagna los ilusionó con que tendrían un nuevo lugar en el mundo. Pero al cabo de seis meses el ex ministro no acaba de instalar su candidatura, lo cual redobla el interés de todos por el control del Partido Justicialista. Si no para enfrentar a Kirchner, al menos para entornarlo y separarlo del mítico enemigo, los zurdos. En los últimos meses varios gobernadores reclamaron la normalización partidaria y al reaparecer en Rosario las 62 Organizaciones, su jefe, Gerónimo Venegas, dijo que Kirchner debía encabezar el PJ, cosa que el presidente ha resistido hasta ahora porque su estrategia pasa por la ampliación de espacios y la afirmación de una nueva identidad, no por maquillar cadáveres. Hace un mes, Lingeri pronunció un discurso más que insinuante: “No voy a estar del lado de los que mataron a José Rucci. Nos quieren vaciar. No seamos tontos”. Desdeñó la política de derechos humanos y de condena al terrorismo de Estado y preguntó quién se acordaba de Rucci y “los mártires del movimiento obrero, porque nosotros somos peronistas”. Se insinuaba la idea de usar el cadáver de Perón para reeditar un 1º de mayo de 1974. El grito “Ni yanquis ni marxistas” que los albañiles platenses entonaron en San Vicente ya había sido cantado horas antes por los acompañantes de Gerardo Martínez en la puerta de la CGT.

El gobierno nacional se negó a ceder el control del operativo que reclamaban los sindicalistas. El ministro del Interior los remitió al jefe de la Policía Federal y retuvo el ejercicio de sus competencias en el territorio bajo su jurisdicción. En cambio, el gobierno de la provincia de Buenos Aires abdicó de su responsabilidad, con las consecuencias conocidas (entre otras los discursos republicanos posteriores de Felipe Solá, que llora como radical lo que no supo defender como peronista). Sin embargo, no es razonable que Aníbal Fernández frote sal sobre sus heridas: conociéndolo, hubiera debido apuntalarlo. Nadie queda exento de responsabilidad.

Kirchner dudó más de lo que se sabe sobre su posible participación y midió una y otra vez los costos y beneficios de cada alternativa. La idea de un nuevo velorio de tres días en la CGT le parecía enfermiza y peligrosa. Perón ya fue velado en el Congreso, por el que desfilaron varios millones de personas. El revival sólo podía empobrecer aquel homenaje imponente. El trueque por una mera bendición a cargo del octogenario capellán Pesce, del Hospital Militar, y el remolque en un jeep de reciente fabricación argentino-brasileña no bastaron para desmontar una bomba de tiempo que, por puro azar, estalló antes de que Kirchner saliera hacia allí.

... La mayor incógnita de la jornada fue el apagón de comunicaciones que al llegar la cureña a San Vicente afectó a los celulares y radiofrecuencias de los asistentes. Fenómenos similares se detectaron en noviembre pasado en Mar del Plata, cuando George W. Bush llegó a la sede de la cumbre presidencial, y este año en Córdoba, cuando Fidel Castro y Hugo Chávez visitaron la casa del Che. Fuentes de la Casa Militar dijeron que el black-out no fue producido por la seguridad presidencial, que desde la mañana ocupó posiciones en la quinta en previsión del arribo de Kirchner. El gobernador Solá atribuyó la causa a una saturación de aparatos en una zona baja y con pocas antenas. Sin embargo, su ministro Carlos Arslanian está investigando otras hipótesis, menos tranquilizadoras aunque, por el momento, sin otros elementos que la presunción de un técnico externo contratado para otras tareas.
 

<<<Anterior

Siguiente>>>

 

[ Portada ]