Kirchner – Peronismo – Violencia (3)

A propósito de San Vicente
 

Beatriz Sarlo es ensayista y catedrática de literatura. Y ciertamente no es peronista, ni una militante política comprometida. Pero en estas líneas – publicadas naturalmente en La Nación - cuestiona con profundidad el enfoque de Verbitsky y lleva una dura crítica a Kirchner.

 

El fastidio del discurso conspirativo

Beatriz Sarlo
 

El enfrentamiento entre militantes sindicales en la quinta de San Vicente... ¿cómo podría haber sucedido de otra manera? Como ejercicio, imaginemos las circunstancias ... de otro escenario.

El presidente Kirchner avisa, hace quince días, que él, su esposa, miembros de su gabinete, el vicepresidente Scioli, el presidente de la Cámara de Diputados y el de la Corte Suprema asistirán a la recepción de los restos del general Perón en la quinta de San Vicente. Es la última estación de los restos mortales de uno de los grandes políticos del siglo pasado. Como se trata del homenaje a un ex presidente que fue miembro de las Fuerzas Armadas, a través de la ministra de Defensa se las incorpora a la ceremonia. Como el mausoleo está en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Solá hace las invitaciones correspondientes a su distrito. Los gobernadores que quieran asistir serán bienvenidos. Todos los ex presidentes recibirán una invitación. Y como Perón modeló el perfil sindical moderno y trabajó con intensidad con sus dirigentes, los sindicatos le harán guardia de honor.

... A fin de llevar a la práctica este diseño, en el Ministerio del Interior, Aníbal Fernández debería armar un grupo ad hoc, coordinado con el Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, para garantizar las condiciones de desplazamiento y permanencia en un lugar que iba a ser ocupado por la cumbre de la política y del gobierno argentinos. Se habría acordado que se pronunciara solamente un discurso, el del Presidente.

Si todo esto no se hizo, me resulta difícil creer que es sólo porque no fue posible. Me resulta difícil creer que Duhalde tiene hoy poder suficiente para negarse. Que Moyano se habría opuesto frente a una resolución presidencial tomada firmemente, sin medir las consecuencias que eso implicaba para su futuro cerca del poder.

En este caso, lo imaginado fue imposible por causas que se arraigan en la ideología de Kirchner y en sus reflejos. Kirchner no estaba interesado en ocupar el espacio que a un presidente de origen peronista como él le corresponde en el último homenaje al fundador del movimiento. Kirchner tiene con las tradiciones de ese movimiento relaciones conflictivas. ..

El Presidente no dice si se considera a sí mismo peronista; demuestra que no quiere presidir el partido y que no está interesado en el armado de ese instrumento sino de otros más multicolores. En lo que respecta a la centralización del poder y la unidad de la conducción se comporta en cambio como un alumno aplicado que ha leído todo lo que Perón escribió sobre conducción política.

Kirchner tampoco dice que no es peronista. La ambigüedad podría ser su derecho si se tratara de un ciudadano del común que atraviesa una etapa de indecisión entre su vieja conciencia ideológica y nuevos horizontes. Pero es el político más poderoso de la Argentina. Sobre sus vacilaciones se ejercen ciertas restricciones de hecho: los ciudadanos, aunque nadie parezca muy interesado en el asunto, podrían necesitar un saber más explícito sobre las opiniones del Presidente. Todo está claro cuando se trata del terrorismo de Estado y de la militancia de los años setenta; en cambio, todo es grisáceo, blando y aproximativo cuando se trata del pasado del movimiento al que el Presidente perteneció desde su juventud. Kirchner, que habitualmente habla con esquemática claridad, calla sobre el peronismo y desecha sus emblemas en silencio, con un gesto mezquino que busca al mismo tiempo alejarse de ellos y disimularse en la imprecisión o la elipsis.

Para ir más lejos: Kirchner no tiene derecho a reservar para sí sus opiniones sobre el peronismo histórico. Electoralmente podrá encabezar las boletas del Frente para la Victoria o cualquier otro nombre de fantasía, ya que se trata de un armado de distritos en función de elecciones, y a él pueden confluir, como se está viendo, los radicales kirchneristas y gente de otras tradiciones. Pero una cosa es una elección y otra son las ideas de un político que no puede cercar zonas de su ideología como espacios privados. Sería comprensible que Kirchner se pensara como una nueva síntesis. Pero tiene que decirlo y, en ese caso, tiene que decir también cuáles son los elementos que llegan hasta ella (incluido, entre esos elementos, la identidad peronista). Sería legítimo que, siguiendo la tendencia suya más evidente, se presentara como lo radicalmente nuevo.

Tenemos derecho a esas precisiones, aunque no estén muy en el espíritu de la cruda política actual. La indecisión, por otra parte, no tiene consecuencias sólo ideológicas, sino también prácticas: Kirchner no quería ni ir ni no ir al homenaje a Perón. No supo o no quiso que se supiera. El disimulo puede ser, en un cortísimo plazo, una opción táctica posible. Pero no puede convertirse en origen de decisiones tomadas sin ton ni son, tarde y mal, como en el caso del acto en San Vicente.


Ahora volvemos a la visión de lo que pasó en San Vicente, como parte de lo que pasa en Argentina; estos son unos breves párrafos de Wainfeld, que también escribe en Pág. 12, pero como viene del peronismo, no se priva de reprochar a Kirchner sus errores


Lo patético, visto en directo

Mario Wainfeld


Una primera ojeada sobre San Vicente sugiere que la escena habla más de la situación cultural y social de la Argentina que de su lógica política. Miles de movilizaciones se realizan en este suelo, con objetivos precisos y en muchos casos desafiantes, sin que brote la violencia patoteril, de cancha, que se vio por la tele. Más allá del visible tirador filmado en detalle, los que pelearon (por suerte cabría añadir) lo hacían a puño limpio o con piedras o palos. No portaban armas, no daban la sensación de estar pertrechados para la pelea.

Seguramente un primer sesgo del debate cargará en la mochila del peronismo lo patético y lo brutal que se vio en la quinta-museo. Lo patético le concierne en un ciento por ciento. Lo brutal se repite todas las semanas en casi cualquier cancha, no en nombre de la patria peronista o la socialista sino de Claypole o Villa San Carlos. O en cualquier esquina donde un colectivo roce a un motoquero. Una violencia transida, incontenible y acumulada forma parte de la realidad cotidiana, en especial cuando convergen ciertos núcleos de marginales. Un acto político masivo la congrega, la exacerba, posiblemente no la explica.

Volviendo a la política, valdría la pena agregar que la instalación de los restos de Perón en un lugar histórico debió ser una tarea del Estado y no de una central gremial, mucho menos de una ONG de imprecisa tipificación como son las 62 Organizaciones. Prendarse de la frase “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino” y luego privatizar el homenaje es otra de tantas incongruencias patéticas puestas en evidencia en un 17 de octubre que será memorable por sus peores contingencias.
 

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