Un viejo amigo peronista me escribía hace dos días, en
respuesta a Horaciópolis: “No es mi propósito defender al Gobierno Nacional
pero me parece que todo lo último: San Vicente, Misiones, el Hospital
Francés, no ha tenido el análisis lúcido que se merecen”. Puede ser, pero no
ha sido por falta de opinadores. Quizá lo que ha faltado es la conciencia de
que no hay un punto de vista objetivo, por encima de la realidad, sino que
cada visión incorpora valores que deben ser asumidos.
Otro amigo, que mira con benevolencia desde afuera de la política tanto al
peronismo como a Kirchner, comentaba lo que escribí en
Necrofilia, violencia
y homenaje y me decía que los hechos violentos ocurridos el 17 de Octubre en
San Vicente no eran más graves que los que suceden rutinariamente en muchas
canchas de nuestro país. “Como dijo Cafiero ¿murió alguien?” Y que la
repercusión se la daban periodistas y plumíferos que viven todos de un solo
lado de la Avenida Santa Fe, que no quieren al peronismo y que nunca van a
una cancha.
Hay algo de cierto en lo que dice, pero es poco. La gravedad y la
importancia de un evento se la dan los seres humanos que lo viven. Los
medios pueden agrandar u ocultar hechos, pero no controlan las emociones. Y
lo que sentimos los que vimos lo que pasaba pertenecía a una esfera distinta
que lo que produce un Boca-River, o aún un Racing-Boca. Los peronistas, que
son muchos, sentían bronca y dolor. Los anti-peronistas, que vuelven a ser
bastantes, veían una confirmación chocante de sus prejuicios: que el
peronismo es la barbarie. Y los no-peronistas, que son más, sentían temor. Y
el temor es una emoción poderosa (aún más que el rechazo a la reelección
indefinida); puede hasta hacer perder elecciones.
El impacto inicial lo dan las imágenes: la TV es reina. La información la
dan los diarios, que en un caso como éste han sido bastante completa; porque
nada se podía ocultar... de lo que estaba en la superficie. Pero no debemos
menospreciar la tarea de los estudiosos y los columnistas: aunque su público
es una minoría, contribuyen a construir el relato (los relatos) de lo que se
piensa sobre un acontecimiento, cuando esa visión inicial se ha desvanecido
y queda sólo la memoria del impacto.
Por eso busqué lo que habían escrito sobre el asunto “comunicadores” y
estudiosos que funcionan en nuestra sociedad como formadores y a la vez
voceros de la opinión de sectores determinados. Traté de extractar con
justicia los fragmentos más expresivos de lo que decían. Aún así, es
bastante largo. Pero me parece que vale la pena leerlo, aunque sea de a
trozos
Abel Fernández
La historia como tragedia y como farsa
Rosendo Fraga
Los malentendidos de San Vicente
Luis Bruschtein
Claves para entender la batahola de San Vicente
El fastidio del discurso conspirativo
Mario Wainfeld
De la violencia trágica a la farsesca
Pablo Alabarces
La batallita de San Vicente o acerca de las capas de la cebolla
Raúl Isman
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Rosendo Fraga, encuestador y estudioso, me parece adecuado para empezar.
Expresa fielmente, creo, la visión del “centro derecha”, un sector político
que no es fácil de definir – nunca ha tenido un partido político que lo
incluyese por completo, ni se destaca por su elaboración teórica - pero cuya
presencia y poder en la sociedad argentina es imposible sobreestimar.
Rosendo Fraga
Marx decía que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y
la segunda como farsa. La comparación entre la violencia que se desató entre
facciones del peronismo en 1973 en Ezeiza –cuando el General volvió al país
tras casi dos décadas de ostracismo– y los episodios de San Vicente pueden
ajustarse al análisis de Marx sobre la recurrencia de la historia.
Hace 33 años tuvo lugar una verdadera batalla, entre las organizaciones
parapoliciales de la derecha peronista y las guerrillas juveniles del ala
izquierda. Decenas de muertos y cientos de heridos caracterizaron aquel
sangriento 20 de junio. Fue una tragedia.
Ahora, en cambio, se enfrentaron dos sindicatos que apoyan a Kirchner, sin
diferencia ideológica o política alguna entre ellos. No combatieron con
armas largas grupos parapoliciales y guerrilleros, sino más bien "barrabravas"
que parecen extraídos del submundo del fútbol. Afortunadamente, no se
registraron muertos, sino sólo decenas de heridos. Fue una farsa en
comparación con el hecho anterior.
Pero se trate de la tragedia de Ezeiza o de la farsa de San Vicente, la
constante es la tendencia que muestra el peronismo a dirimir violentamente
sus diferencias internas, una costumbre que reaparece pese al transcurso del
tiempo y al cambio de los hombres y las circunstancias.
Luis Bruschtein expresa lo simétricamente opuesto: columnista en Página 12,
no es, como otros, vocero de un proyecto político determinado. Más bien, da
la visión del lector típico de ese diario, proveyéndolo de la elaboración
teórica que está habituado a esperar. Curiosamente, su opinión no está muy
lejos de la de Fraga. Debo señalar, sin embargo, que encuentro lúcido lo que
dice
Luis Bruschtein
... La política, que en un momento apasionó a los argentinos, los movilizó
tras proyectos, épicas triunfantes o derrotadas y atravesó historias
individuales, familiares y sociales, se convirtió en lo detestable, en la
peor basura, engaño y corrupción.
Para sacarla de ese marasmo se desempolvaron modelos militantes. Y así se
reconstruyeron con mínima creatividad el viejo himno del republicanismo
gorila que ve un fascista en cada esquina o se trató de recuperar la épica
vibrante de los muchachos setentistas. Y el viejo peronismo, poco resignado
a un papel desdibujado en la alianza con el oficialismo, realizó un esfuerzo
sobrehumano por reescenificar la gloria de los ríos humanos acunados por la
voz de Hugo del Carril y la marcha peronista. Y de repente, la realidad
argentina del 2006 parecería resumida en un diálogo entre Américo Ghioldi,
la JotaPe de los ’70 y Lorenzo Miguel.
Que se quiera recuperar la memoria histórica, que se quiera encontrar un
hilo de continuidad y que se quiera devolver contenidos, propuestas y
participación con convicción resulta una necesidad, pero cada uno de esos
modelos fueron expresión de un momento, surgieron de realidades concretas.
La interpelación a la historia en ese esfuerzo no puede ser la repetición,
aunque cada quien se pare en el referente histórico que le parezca. Hay
referencia, homenaje, rastros de continuidad, pero es patético interpelar a
esta realidad con el discurso de otra.
El intento de homenaje al general Perón en San Vicente parece incrustarse en
ese malentendido. Resulta simplista decir que se trató de “lo mismo de
siempre”. No solamente por la violencia futbolera, sino por la reacción de
la sociedad en general, que hubiera sido muy diferente años atrás. Los
vínculos de adhesión son distintos. Nadie puede decir que en Argentina haya
pocos peronistas, pero el ciudadano que vota al peronismo se vincula con esa
fuerza de una manera distinta. Los restos de Perón, la marchita, toda la
liturgia y la simbología tienen otro peso. La sociedad cambió. Las personas
de menos de 30 años no conocieron al líder homenajeado. Esos desmanes, donde
se destruyeron efectos de Perón, hubieran sido impensables en un acto de las
62 de otras épocas.
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